La había visto hermosa en un cine de su pueblo. Unos cuantos años después la conocería en persona. Nunca imaginó que se iba a convertir en actor. A siete años de haberla visto en la pantalla, lo invitaron a una fiesta de actores que celebraban un estreno de una obra teatral que fue un ícono en la escena mexicana. Ahí estaba ella. René protagonista de esta historia la vio. Su largo pelo negro lo encendió. Sus ojos de gatito enmarcados por esas cejas perfectamente delineadas lo inquietaron. Su amigo que lo acompañó de repente le dijo: «No es por nada pero Cristina Romo te está mirando, no deja de verte», «no, cómo crees», dijo René incrédulo. Al poco rato la bella actriz se acercó a René insinuante, coqueta, y pidió si le encendía su cigarro. Él la vio, tenía la misma mirada hermosa y sensual de aquella película donde se había enamorado de ella. Le dijo con aparente seguridad, «claro», sacó el encendedor, le prendió el cigarrillo, ella tomó su mano haciendo evidente lo evidente, la mano de René temblaba. Ella sonrió y dijo, «gracias», con esa coquetería hermosa de mujer bella. Él no pudo decir nada era como si el sortilegio de aquel rostro en la pantalla del cine de su pueblo fuera de una mujer de otros mundos, de una etérea presencia hechizante y de ficción. Muchos años después recordaría ese momento y comenzó a escribir este microrrelato. Los tiempos parecen decirnos las cosas con claridad pero ya para entonces las luces de la sala cinematográfica de nuestras vidas se han encendido y nada tiene caso ya. La película concluyó y todo es una simple anécdota.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan.
Comments