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Uruapan durante la época activa del Paricutín (1943-1952)

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La tarde del sábado 20 de febrero de 1943, en las tierras de un campesino de origen Purhépecha llamado Dionisio Pulido, ocurrió algo inesperado que ni el mismo no pudo entender.

Era el nacimiento de un volcán.

Lois Mattox Miller en una publicación que aparece en “Selecciones del Reader´s Digest”, en enero de 1944 nos explica cómo aconteció aquél suceso:

“…A Dionisio Pulido, humilde y hacendoso peón, que posee y trabaja un pequeño sitio de labor en Michoacán, a unos 290 kilómetros de la capital de México, le tenía reservado el destino la gloria poco envidiable de ser el primer mortal que ha visto reventar un volcán casi bajo sus propios pies.

Tocaba su fin la plácida tarde del 20 de febrero de 1943. Dionisio abría los últimos surcos del día con su arado de primitiva traza. Hizo alto para enjuagarse el sudor y descansar unos instantes. De pronto, a cincuenta o sesenta metros, vio brotar del suelo una columna de humo blanco. La vio levantarse, ondular en el aire…”

Muchos testimonios coinciden en que don Dionisio no sabía qué hacer, “echó a correr a través de los campos para avisar a su mujer” –continua el cronista- luego ocurrió un formidable temblor de tierra. Los sismógrafos de Nueva York, a 3,600 kilómetros de allí, registraron la terrible sacudida. A duras penas consiguió Dionisio salir de entre las ruinas de su choza. Tendió la mirada allá al frente y se creyó víctima de una pesadilla. El maizal vomitaba fuego. Entre las llamas subían, como lanzadas por un titán enfurecido, piedras enormes, montones de arena.

Cuando los Pulido (Dionisio, su esposa Paula Galván y su hijo), aterrorizados y tambaleándose sobre la tierra estremecida, llegaron a Paricutín, reinaba el pánico en la aldea. Gentes casi enloquecidas de miedo huían en busca de salvación. Carretadas cargadas de mantas, ropa y mil objetos más, ocupaban el camino. El párroco llamaba a grandes voces a cuatro hombres para que sacasen en andas la imagen del Cristo de los Milagros…”.

Había dado luz un volcán en la tierra purhembe. En palabras del escritor mexicano José Agustín- era el suceso del año.

“EL AÑO DEL FUEGO”, sugiere el título de la novela de Martín David del Campo, que se refiere precisamente al Paricutín.

El lunes 22, periódicos de México informaban del fenómeno natural, en tanto las noticias procedentes de Michoacán coincidían en que: “… autoridades civiles y militares han desplegado enorme actividad para evacuar a los habitantes de San Juan Parangaricutiro por la erupción del volcán que desde el sábado empezó a entrar en actividad. El Ayuntamiento de Uruapan obligó a todos los camioneros a prestar sus vehículos para la evacuación de los habitantes de la zona, la que se está efectuando con la ayuda de las tropas y la policía. Es conmovedora la situación de las personas afectadas por el fenómeno, cuyos rostros muestran el pánico que han vivido…”.

Ante tal fenómeno natural, el propio ayuntamiento de Parangaricutiro, a través de su presidente municipal Felipe Cuara Amezcua, regidores, el síndico, el jefe de tenencia de Paricutín y Dionisio Pulido, el día 21 elaboraron “El Acta de Nacimiento del Volcán”.

Al final del documento oficial dice lo siguiente: “… Acto continuo a propuesta de algunos vecinos de este lugar y del Paricutín, se discutió el nombre correcto que debería llevar el mencionado volcán, y después de amplias deliberaciones y deseos de los pobladores de la región, por unanimidad se le denominó: “VOLCAN PARICUTIN”.

El acta fue firmada por el Presidente Municipal, Felipe Cuara Amezcua, Rafael Ortiz, Rutilio Sandoval y Félix Anducho.

Por otra parte, muchos de los testimonios más conocidos se refieren al dueño del volcán –un personaje singular, humilde y que reflejaba la personalidad del campesino indígena de raza purembe.

Inclusive el destacado escritor José Revueltas, en su crónica “Sudario Negro sobre el Paisaje”, argumenta de manera textual: “…Dionisio Pulido, la única persona del mundo que puede jactarse de ser propietario de un volcán, no es dueño de nada. Tiene, para vivir, sus pies duros, sarmentosos, negros y descalzos con los cuales caminara en busca de la tierra, tiene sus manos, totalmente sucias, pobres hoy, para labrar, ahí donde encuentre abrigo. Sólo eso tiene: su cuerpo desmedrado, su alma llena de polvo, cubierta de negra ceniza.”

¡¡¡Nace un volcán!!!, ¡¡¡nace un volcán!!!, se escuchaba en las calles de Uruapan, en las voces de los niños que vendían el semanario local Crítica. Todo habría de cambiar a partir de aquél 20 de febrero para la vida de la región y en especial para Uruapan, muy pronto nuestra ciudad se convertiría en el sitio hospitalario más próximo al fenómeno, para todo tipo de viajeros, investigadores, periodistas, cronistas, reporteros, fotógrafos, escritores y demás.

Conviene resaltar que a raíz del fenómeno natural, hubo distintas manera de interpretar el surgimiento del Paricutín. Cosa nunca antes vista en la historia moderna del mundo, incluyendo por supuesto en la misma historia de México.

A dos meses de que brotara de la tierra el Paricutín, el intelectual mexicano José Vasconcelos describe su llegada al volcán y lo compara en importancia con la Segunda Guerra Mundial: “Ahora el Paricutín es prodigio que ya hubiera atraído expediciones de todos los países del mundo si no fuese porque la guerra mantiene vivo el fuego de una destrucción mucho más vasta, más terrible que toda la fiereza del volcán”.

En tanto, el semanario capitalino “Tiempo”, en su edición del 18 de Junio de 1943, afirmaba que “Uruapan, en otros días era un inigualable vergel, con famosos jardines que regaba el Cupatitzio y huertas donde el café y los árboles frutales ofrecían el más riente aspecto, soporta hoy una constante lluvia gris. Su antiguo cielo transparente es un crespúsculo nebuloso.

No hace muchos días, la afligida ciudad fue visitada por el Gral. Lázaro Cárdenas, Secretario de la Defensa Nacional. Al darse cuenta de la situación, el ex presidente dispuso que de su peculio se hiciera el acarreo de la arena hasta las afueras de la ciudad. Ochenta camiones facilitaron la tarea. Pero un día después ya las calles de Uruapan habían vuelto a tener el aspecto sucio, lodoso y obscuro que la constante lluvia de ceniza le da.

El pintoresco San Juan de las Colchas -Parangaricutiro- ha sido arrazado. Bajo el peso de las cenizas se han hundido los techos y en el parque central los árboles han sido desgajados por la terrible lluvia que nada perdona. De 5 a 6 mil personas, indígenas en su mayoría, han sido afectadas por el fenómeno geológico”.

Comenzaban así a escribir las primeras impresiones.

Otro testigo presencial, Salvador Ojeda señalaba“…Los árboles están secos y quemados. El paraje yermo y triste semeja acaso esas estepas rusas bombardeadas y quemadas por los propios rusos. ¡Tierra quemada por el enemigo! La ilusión se refuerza con el ronco tronar del Paricutín que no está lejos. Todos nos conmovemos y dejamos de hablar para ver aquellas gentes de caras pálidas y terrosas que pasan como fantasmas con un haz de leña o con un chiquillo semiasfixiado por esa atmósfera irrespirable. Pero no nos hemos saciado aún…”.

Max Frisch, un escritor europeo en su narración, asombrado nos transporta a un mundo fantástico, a manera de cuento: “…la lava se escurría impertérrita entre las casas, las llenaba, las tragaba. No teniendo ganado que salvar me subí a una colina para ver avanzar la lava; se arrastraba como un reptil, evaporando el agua que le salía al paso; tenía la piel parecida a la de ciertas serpientes, una piel rugosa que cubre un interior blando, cálido y flexible, una piel de color gris metálico. Finalmente llegó a la iglesia: la primera torre se hundió y fue tragada con todas sus ruinas; la segunda torre resistió y resiste todavía; una torre con una cúpula española, es lo único que sé aún de aquel pueblo…”.

A detalle, para el año de 1944 y hasta la llegada de 1952, año en que dejó de estar en actividad el volcán Paricutín, Uruapan puede decirse que vivió una época, la época del volcán. Infinidad de personas y vecinos de nuestra ciudad recuerdan sus viajes al Paricutín, han contado sus testimonios y los cambios que se presentaron a raíz de su aparición y también, muchos visitantes y hasta curiosos narraron sus propias vivencias: “…Aterrizamos en el villorrio de Uruapan, a unos treinta y dos kilómetros del Paricutín. Al caminar hundimos los pies en una alfombra de polvo de volcán, que, cuando llueve, se pone molestamente pegajosa. Los techos se pandean bajo el peso de la ceniza, que por mucha prisa y diligencia que los vecinos se den a quitarla, se acumula inexorable y peligrosamente. Todos los días llegan unos 500 visitantes que tienen que arreglárselas como puedan en el lugar. Paricutín, ha sido declarado oficialmente, zona de turismo. Hay una línea de ómnibus a Uruapan. Unas cuadrillas de obreros están quitando continuamente la ceniza del último tramo de la carretera. De Uruapan, los curiosos se trasladan en automóvil, o a lomo de mula hasta el límite de la zona oficial de seguridad, a cosa de kilómetros y medio de la base del volcán…”.

El alpinista Manuel Leal Sierra opinaba que el viaje había sido singular y diferente a los que cotidianamente emprendía: “…No tuvo objeto dedicarnos a disfrutar de las bellezas de Uruapan porque en aquel entonces aquellas bellezas estaban cubiertas, casi sepultadas por el hollín y la cenizas de la erupción, de modo que hasta la vegetación de sus huertas y las arboledas y pinares de la comarca, lucían un sudario negruzco, mismo que hubieron de padecer también numerosas ciudades michoacanas, como la misma Morelia, Quiroga, Zacapu, Pátzcuaro, cuyo lago vimos al pasar entoldado de una neblina plomiza, rara y trágica…”

“…En Uruapan, la primera ciudad importante cercana al nuevo volcán, los autos de alquiler están por las nubes. Todo el que tiene un auto de transporte de la clase que sea, abandona su habitual ocupación para alquilarlo a los turistas; las tarifas de alquiler aumentan más velozmente que el volcán. El Paricutín dista unos 26 kilómetros de Uruapan; el coche atraviesa entre bellos pinares casi intransitables; al cabo de seis horas y media de viaje, llega uno molido al final del trayecto…”, continúa el escritor Egon Erwin Kisch.

A los pocos días del nacimiento del Volcán Paricutín, el conocido artista mexicano Gerardo Murillo, mejor conocido con Dr. Atl, llegó a Uruapan con el fin de establecerse cerca del volcán, para plasmar en sus lienzos sus vivencias al lado del fenómeno. Al arribar a estas tierras el peculiar artista se atrevió a comprar el Paricutín.

He aquí la noticia que daba el 18 de Junio de 1943, la revista Tiempo (el Semanario de la Vida y la Verdad), que dirigía el escritor Martín Luis Guzmán. El impreso comenta:

“La aparición del ya famoso Paricutín fue celebrada en México como una broma de la naturaleza. Millares de personas interesadas en conocer de cerca el extraño fenómeno acudieron a visitar la región, y Uruapan vivió horas de alegre vivaqueo, con turistas nacionales y extranjeros que al no hallar acomodo en los pocos e incómodos hoteles se instalaban a campo raso, en donde podían.

El volcán-niño era una diversión turística. Uruapan obtuvo un millón de pesos de ganancia en el primer mes.

Pero a medida que crece el volcán, a razón de 100 metros por mes, según observaciones de geólogos, su actividad asume aspectos amenazadores, y lo que era alegría y despreocupación se torna en angustia y pesadumbre colectivas.

La lluvia de ceniza y arena ha empezado a hacer desagradable la vida en Uruapan. Parangaricutiro, la población más cercana al volcán, es un campo en ruinas. Paricutín, el pueblecillo que vio nacer la boca de fuego y que le dio su nombre, ha sido destrozado y pronto desaparecerá. Campos de ceniza y arena se ven por todas partes. La riente naturaleza del lugar ha sido transformada en un lóbrego y desolado campo de muerte. Los habitantes de todos los pueblos cercanos han huido o vagan pidiendo limosna. El éxodo de todas estas gentes busca lugares más propicios.

Los indios tarascos aseguran que no se trata de un volcán, sino de “una volcana”, y que por eso arroja cenizas y arena; pues los volcanes, según ellos, sólo arrojan lava. Estos mismos indígenas ven con malos ojos a Dionisio Pulido, el dueño del predio donde se abrió el humeante cráter; lo consideran culpable de la situación por haber dejado que brotara el monstruo. Dionisio, que tal vez barrunta lo que se piensa de él a pesar de que con los centavos que le obsequian los turistas -particularmente gran parte de norteamericanos, felices de conocer al dueño del volcán-, sostiene el fuerte espíritu de una borrachera de Charanda, que se va haciendo crónica, pues ya vendió el Paricutín al pintoresco Dr. Atl. El célebre pintor y literato obtuvo de Pulido, previo el pago de $7.00 (siete pesos) el traspaso del volcán, y desde luego se hizo construir una cabaña en una de las lomas que dominaban su desapacible propiedad; desde allí la vigila, satisfecho de haberla adquirido.

Pero el furioso engendro de la tierra avanza hacia la choza del Dr. Atl, dispuesto a hacerle correr la misma suerte de los demás pueblos que los rodean”.

En Este sentido, el periodista Mateo Alfaro en su semanario “Crítica” da su testimonio:

“La afluencia de miles y miles de personas que procedían de todas partes del universo, hicieron que la economía regional se elevase un 500 %.

Nuevas fuentes de trabajo vinieron con la aparición del Paricutín y es allí donde la economía entre las gentes dueñas de unidades de camiones, muchas personas se aventuran ante las empresas vendedoras y las adquieren con facilidades de pago; y es pues así, como tanto camioneros como propietarios de automóviles de alquiler, se benefician grandemente con el traslado de centenares de personas que a diario arribaban a Uruapan con el afán de conocer el volcán y, claro que, como las condiciones del camino carretero hasta aquel lugar eran sumamente pésimas, todo mundo llegaba aquí, viéndose obligado a alquilar camiones de redilas o coches usados para trasladarse a Angahuan o San Juan Parangaricutiro, para después hacerlo de allí a caballo hasta las proximidades del Paricutín.

En los primeros días del volcán, todo era una cosa de maravilla, el espectáculo era sorprendente, pero a medida que el tiempo avanzaba, aquella cuestión de admiración, se volvía cosa de temor por la furia de la lava que amenaza con la destrucción como así lo hizo, de todo lo que se encontraba a su paso. En esta forma, la vida de los pueblos más cercanos como el Paricutín y San Juan de las Colchas, se hacía insostenible; la existencia de millares de personas no era de asegurase y desde luego lo primero en destruirles, fueron sus bienes inmuebles, es decir, grades extensiones de tierra de labranza y demás predios con ricos bosques de pino, encino y oyamel.

Con este motivo, el Gobierno del Estado, el Federal y otras instituciones particulares, demostraron una gran preocupación, por salvar la situación de los habitantes de ambos pueblos (Paricutín y San Juan) pensando en primer término, en su traslado a otro lugares convenientes, así una cantidad de vecinos de Uruapan, entre ellos don Manuel Moscardo quien gracias a la confianza que le dispensaron las autoridades municipales de Uruapan encabezabas por don Valente Garibay Palafox, de inmediato dirigió la maniobra de traslado de todos los enseres de los habitantes en desgracia de los pueblos de Paricutín y San Juan Parangaricutiro.

Para la evacuación de los damnificados, en Uruapan no solo se echó mano de vehículos particulares, sino que, como es del dominio público, la Secretaría de la Defensa Nacional cuyo Ministerio estaba en aquella época a cargo del Sr. General Lázaro Cárdenas, puso a disposición de los afectados por el volcán, un número considerable de vehículos de transporte, con lo que se pudo realizar una rápida maniobra, trasladando primeramente a los del poblado de Paricutín a donde actualmente se encuentran instalados, es decir, en Caltzontzin y que por la benevolencia de los regímenes gubernamentales, todos los comuneros del desaparecido poblado del Paricutín, ahora viven ahí. (De: “Crítica”, edición del 29 de junio de 1963).

Manuel Leal Sierra, uno excursionista que visitó el Paricutín describe:

“Permanecimos solamente cuatro horas en esa expectación, por que sonó la señal de regreso; el camión contratado por treinta personas estipulaba la obligación de volver a Uruapan a media noche, así es que con hondo pesar tuvimos que abandonar el espectáculo, y concentrarnos en la ciudad de Uruapan, en donde difícilmente pudimos conseguir alojamiento abusando de la bondad de familias de la localidad que en esa época se brindaron para acoger al turismo. El regreso lo hicimos de un tirón el día siguiente. No tuvo objeto dedicarnos a disfrutar de las bellezas de Uruapan porque en aquel entonces aquellas bellezas estaban cubiertas, casi sepultadas por el hollín y la cenizas de la erupción, de modo que hasta la vegetación de sus huertas y las arboledas y pinares de la comarca, lucían un sudario negruzco, mismo que hubieron de padecer también numerosas ciudades michoacanas, como la misma Morelia, Quiroga, Zacapu, Pátzcuaro, cuyo lago vimos al pasar entoldado de una neblina plomiza, rara y trágica”. (De: “Medio Siglo de Excursión (1920-1970)”, Editorial Costa-Amic, México, D.F. , 1976).

Carlos Gaytán, en su texto “Hacia el Volcán”, manifiesta: “Pinos, curvas, pueblecillos macilentos……. henos ya en Uruapan, corazón de Michoacán. Cuando llegamos, después de doce horas de camino desde de la Metrópoli, estaba lloviendo. Pero no agua. Caía una lluvia negra, fina, caliginosa. Toda la ciudad parecía envuelta en un sudario oscuro: estaba lloviendo ceniza.

De cuando en cuando se oían detonaciones como si toda la Lufftwaffe estuviera dejando caer sus huevos estruendosos. En todo Uruapan no se hablaba más que del volcán, de los cincuenta temblores que sacudieron a la ciudad en un solo día y… del turismo que habrá de atraer el espectáculo. Los hoteles estaban pletóricos, los vehículos solicitadísimos y de todas partes llegaba gente ansiosa de contemplar cómo nace un hoyo que vomita cada tres segundos cuarenta mil toneladas de materia ígnea. Como quien dice, un acorazado moderno cada tres segundos, lo cual bate el récord de la producción.

Igualmente, Ernesto de la Torre Villar, recuerda de su viaje que hizo con el Gral. Gilberto R. Limón y el Coronel Casimiro Valladares:

“Uruapan es una gran población, centro turístico por sus alrededores y hoy más por la erupción del volcán. Ciudad comercial importante, ha comercializado hasta las artes regionales industrializándolas. Uruapan ha perdido mucho de su carácter. De la Uruapan de Don Vasco no queda casi nada. Aún la Huatápera, hoy museo de industrias como una hermosa fachada se pierde frente a un zoco indecente, situado frente a ella. Uruapan nos recibió con tristeza, la ceniza que caía continuamente, producto del Paricutín y un aguacero repentino, llenó de lodo todas las calles. Así, sin detenernos, tomamos a las tres de la tarde”.

A principios de los cincuenta, el Paricutín empezó a desfallecer. Ya no era joven, y sus erupciones se volvían esporádicas. La industria turística de Uruapan y sus alrededores observaba con pesar cómo cada día el penacho de humo perdía volumen, hasta que terminó por desaparecer del todo. Ahora era un volcán “en paro”, extinto, habiendo agotado sus municiones después de años de despilfarro. Su fama se extinguió igual de rápido. Ya no había quien se interesase en venir hasta acá para mirar un volcán inactivo, cuando se cuentan por docenas en todo el país.

Fue la ruina para Uruapan. Los campesinos no tenían opción sino regresar a sus tierras de labor; convertidas en eriales tras años de abandono, recubiertas de gruesa capa de ceniza, requerían tal esfuerzo para reacondicionarlas, que muchos prefirieron rendirse y emigrar. El Paricutín se quedó en su soledad; la hierba invadió el camino, los puentes desmantelados empezaron a pudrirse… En la ciudad los restaurantes sin clientela cerraban, los vendedores de artesanías se mudaban a regiones más productivas, las líneas de autobuses buscaban nuevas rutas. En pocos meses Uruapan recobró su fisonomía peculiar de centro agrícola, su comercio de productos de cuero, su ambiente de población a la orilla del mundo…”

El Paricutín duró en actividad del 20 de febrero de 1943 al 4 de marzo de 1952, la elevación del cono fue de 424 m de desnivel con relación al valle de Quitzocho-cuiyutziro. Y se determinó que había sido del tipo extromboliano.

Así, la etapa moderna de Uruapan, podría llamársele la: “Epoca del Volcán Paricutín”.Texto: Sergio Ramos Chávez, cronista independiente de Uruapan.

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