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CDMX.- Las palabras tienen el poder de matar. El holocausto, por ejemplo, empezó con un bombardeo de mensajes de odio contra un enemigo en común, en ese caso los judíos.
Desde que DT anunció su candidatura y dijo lo que dijo sobre los mexicanos, empezó su bombardeo incesante de mensajes de odio contra un enemigo en común: los mexicanos. Cierto que en EEUU el pueblo tiene una ventaja sobre el alemán de la entreguerras: no todos los medios masivos de comunicación cayeron presa del líder; se defienden y miran con la óptica de la libertad, de la propia conciencia. Entre la mayoría perdura la cordura, pero los mensajes de odio pueden ser en la conciencia como la gota de agua contra la roca: de tanto persistir la erosiona.
Sin embargo es cierto lo que dijo el autor ruso Aleksandr Solzhenitsyn: “la batalla entre el bien y el mal se lidia en el corazón de cada hombre”. Bastaría que un individuo se decidiera por el bien, que una comunidad se decidiera por el bien, que un país entero, para que pare la violencia racial o xenófoba.
Las palabras matan, dice Adama Dieng. Matan tanto como las balas. No debemos avalar de ninguna manera a quienes por medio de la palabra incitan la polarización, validan el odio y dan licencia para matar.
Silvia Scherem, escritora.
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