CDMX.- Señala Friedrich Nietzsche que “el hombre resentido no es ni franco, ni ingenuo, ni honesto ni derecho consigo mismo”, ¿Quiere esto decir que el hombre noble no puede padecer estados anímicos propios del resentido, que no puede sufrir odios o envidias? Desde luego que sí puede; pero la diferencia entre el alma noble y el alma resentida es que en la primera el resentimiento es pasajero, es decir, se agota en una reacción inmediata y, por ello, no envenena. El alma genuinamente resentida sufre su dolor a perpetuidad porque su enfermedad es incurable. El emperador romano Tiberio fue un ejemplo de resentimiento.
Gregorio Marañón en su ensayo biográfico sobre este personaje, titulado: “Tiberio. Historia de un resentimiento”, señala que “la doble personalidad de Tiberio ante la historia y la explosión final de su crueldad, tal vez superada por otros tiranos, pero pocas veces más odiosa que la suya”.
El rencor de Tiberio surge por conflictos con sus padres y por las dificultades de su niñez que le produjeron un complejo de inferioridad. Ese complejo mutó en resentimiento y luego se trasladó a la forma como ejerció el poder, para lo cual se apoyaba en su Guardia Pretoriana para someter con crueldad a la población que gobernaba. Esa satisfacción de la maldad cumplida se ve en los rostros risueños cada vez que realizan con éxito una de sus emboscadas contra sus enemigos.
Fue emperador del imperio romano de septiembre del año 14 hasta su muerte, el 16 de marzo del año 37. Segundo emperador de Roma y perteneció a la dinastía Julio-Claudia. Era hijo de Tiberio Claudio Nerón y Livia Drusila, miembro por tanto de la gens Claudia.
Lectura recomendada: “El resentimiento como forma de gobierno”, Ramón Escovar León. PRODAVINCI, medio digital.
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