Siqueiros, una bella vida. Alegre y al mismo tiempo dramática, generosa y combatiente la vida de Siqueiros, actor y testigos de muchos sucesos importantes en México y otras partes del planeta a lo largo de muchas décadas. Viajero bajo cielos y sobre polvos diversos y preso varias veces en celdas estrechas; fugitivo y victorioso, soldado en los años iniciales de la Revolución Mexicana y en la Guerra de España; creador y destructor de mitos, polémico y risueño; maestro. Su inmensa obra plástica, objetos de elogios y censuras, aprobaciones y debates, es un testimonio apasionado de la última medida centuria y una pelea sin tregua.
Pintor en búsqueda constante, no es la suya –él mismo lo dijo- una expresión uniforme, ni el ejemplo de un desarrollo armonioso hacia una meta inmutable, sino un desorganizado torrente de imágenes, a veces como un juego de tintas y, en otras como un equilibrio entre el color y la forma. Ensaya todos los métodos e inventa otros. Rompe estilos y crea nuevos. Sin embargo, una pasión histórica, a veces romántica, transcurre por todos sus lienzos y murales, desde los primeros cuadros en Guadalajara hasta su ultimo conjunto gigantesco. Unos jóvenes lo repudian, otros lo siguen; mas el perdura como una Leyenda. Nunca se podría entender bien ni cabalmente el México de los últimos cuarenta años, Sin Siqueiros, como tampoco sin Diego, y sin Orozco. Sobre todo el México, ya olvidado y en ruinas de toda clase, entre 1920 y 1940. Siqueiros aparece como el último superviviente no sólo de los llamados Tres Grandes y de los iniciadores del muralismo, sino de toda esa especie de primavera cultural posterior al ateneo de la Juventud y del entusiasmo vital de ese tiempo. Y un superviviente deliberado, no por simple, rutinaria nostalgia, sino por briosa voluntad.
No es, no puede ser su obra reciente como las de aquellos días, para el en plena Juventud, pero tiene igual ímpetu y parejo afán de renovación. No enclaustra lo rebelde en una maestría otorgada al oficio por tiempo y tesón, sino lo conserva y adrede, rompe aprendizajes y se arroja a nuevas, audaces experiencias no siempre percibidas. Siqueiros a veces, parece despintar lo pintado y pintar lo impintable. Por una ilusoria paradoja, algunos de sus mejores –no más famosos- cuadros parecen en cierto modo académico, pero detrás, por ejemplo, de La imagen del mundo actual, tan lleno de luz, aparece la ya antigua Madre proletaria tan vestida de sombra.
Y ¿los retratos hechos por Siqueiros? Algunos son de los mejores hechos en todos los tiempos. Y tal vez sea la causa de ciertas opiniones, no muy para gusto del pintor: entre el pintor de caballete y el muralista, es mejor aquél. Siqueiros como todo gran pintor, refleja su vida en la obra: anhelos e inconformidades, rebeldías y afanes, una curiosidad infinita, un amor a los seres y a las cosas y un deseo infatigable de existencia de plenitud, repudio a la fealdad y burla a la torpeza, búsqueda interminable. Vida, en fin, de este mundo y de este siglo, con todas sus contradicciones, propósitos, fracasos, victorias y derrotas. Teniente en filas militares del general Diéguez, vagabundo en París, comunista, jinete prófugo por los vericuetos de Jalisco, expedicionario por los minerales, coronel en los frente de guerra españoles, habitante de Chile y Uruguay, pasajero en Buenos Aires, amigo de Neruda y de Picasso, visitante de la India, la raíz en México y el corazón puesto en la libertad de todos los hombres; dueño de júbilo y de cólera, niño en ocasiones, con sabiduría de viejo en otras, vehemente o parsimonioso. Pintor siempre, leal a sus aciertos y sus aciertos y sus errores, obstinado, vida como su pintura, pintura como su vida, alma clausurada a desencanto y amargura. bella, vida, obra interminada por interminable…
José Alvarado. “Antología periodística”. FCE, México, 1979.
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