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Yo apreció mucho a san Monsi. Casi no lo leí no por ganas sino por falta de talento. No de él, se entiende, sino mío. Era muy burro, no él, se entiende, yo era el burro, para entenderle y se me hacía muy barroco, muy enredado, cuando apenas le estaba entendiendo ya había explicado algo más y no tenía la rapidez ni el ingenio para seguirle la pista. Por eso leí a Octavio Paz.
Así que leí dos o tres libros y no más. Su prosa se me hace una vecindad del centro en la cual me quedaría a vivir unos cuantos meses, pero no toda la vida. Soy burro, ya lo dije. Y mal lector, también. Pero hace unos días escuché una aseveración que me parece totalmente exagerada: Monsi a la edad de seis años se sabía la Biblia de memoria. Repetí la frase. A la edad de seis años se sabía la Biblia de memoria. A ver, niño Monsi, ven, recítame el versículo (pongan aquí el que se les antoje) del Evangelio según san Juan y luego lo comparas con el final del versículo (pongan aquí el que se les antoje) del Evangelio según san Marcos, y al final me cantas el Salmo 45.
Por eso puse al principio san Monsi. Sigo firme en mi creencia que hay autores que deberíamos canonizar. Yo, por ejemplo, canonizaría a Fitzgerald y me gustaría encontrarme un altar a su figura en todas las cantinas.
Por otra parte, pensé que la historia en sí es bonita y que toda leyenda necesita de historias así. Cuando yo me muera, por ejemplo, (y sé que no soy Monsi) quiero que digan que había leído completo el Capulinita de bolsillo y el Sensacional de Luchas.
Óscar Garduño, escritor.
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