En Bonampak la tierra tiene ingravidez de plumas dibujadas por el sol; la tarde pinta murales de cadmio anaranjado; cenizas de volcanes extinguidos se levantan y en el aire inventan dioses y batallas.
Porque después de todo el sueño es nuestra única heredad, en Uaxactún me quedo a descifrar la piedra donde duermen -más que números y fechas- estas huellas de gente que murió, que amaba, que también cortaba flores y aleteaba tras el anca del jaguar y las sonoras pisadas de la lluvia.
En Tikal, escalinata prodigiosa, soy un pobre forastero deslumbrado.
Recuperada luna de otra edad, fino envoltorio de polvo que guardo en la memoria, no quiero más tesoro que estos nombres que descorren cielos [verdes, ceremonias emplumadas con fragancia de copal y miel silvestre.
Te sitiaron los pumas, Quiriguá, te devoraron águilas y tigres amarillos que tenían en los ojos jeroglíficos tallados de un antiguo calendario.
Beso el barro, amo el estuco delicado, me inclino ante los sabios estelares, ante el pueblo que contaba los luceros y escribió sobre basalto la única historia verdadera que se ha escrito en esta tierra.
LUIS ALFREDO ARANGO, ESCRITOR GUATEMALTECO.
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