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Prestar un libro: ¿Quién lo va a hacer y quién lo pide?

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Chismesillos e infortunios míos.Es un tema frecuente de las biografías, los ensayos, las novelas, las pláticas que los libros prestados nunca son devueltos a sus dueños.

Los lectores niños, no requieren muchos libros, releen sus clásicos.
Pero ya en la juventud uno cambia, quiero todo Hesse, Stendhal, Kafka, Joyce, Proust y cada vez más y más.
Quiere uno juntar dinero e irlos comprando poco a poco de a como se pueda.
Es en la Prepa cuando empieza uno a perder libros, por prestarlos, claro.
Le dije a Esteban, oye ya quiero que me devuelvas mi libro de Bataille, El erotismo. Y él me dice, Heladio, tú no me lo prestaste, y yo le dije sí, el título completo es Breve historia del erotismo, de ediciones Caldén, argentino. Y él replica, no, no recuerdo, Y yo ya encarrilado: no pendejo, tú no te acuerdas pero fue una tarde aquí en mi casa que lo tomaste y me dijiste, préstamelo, así que búscalo güey, quiero mi libro, lo extraño. Dijo que sí, que lo buscaría y no me lo devolvió nunca y sucede que el detalle siempre lo recuerdas y le guardas cierto rencorcillo al amigo.
Mi maestro de química de la Prepa, nietzscheano fiel, vino a comer a la casa y vio mi monumental biografía que escribió sobre él, el filósofo y médico amigo de Heidegger, Karl Jaspers, de editorial Losada, una belleza. Al terminar la comida tomó el libro lo elogió y me lo pidió prestado, siendo mi maestro sabía el muy puto que no se lo podía negar y con dolor, asentí. Al año se lo pedí dijo que se había cambiado de casa y que estaban en cajas sus libros, pero que ya me lo devolvería. A los diez años encontré a ese culero maestro en una feria del libro, me vio, se hizo pendejo y me rehuyó la mirada y yo lo encaré y le dije en voz alta, oye quiero mi libro, devuélvemelo o págamelo. Sólo me prometió que me lo daría pero jamás lo hizo.
Jorge Orduña, amigo, estudiante de letras españolas, buena onda, vio en mi choza, de Emanuel Carballo, 19 protagonistas de la literatura mexicana, de Empresas editoriales, pasta dura con cubierta de lujo y entusiasmado lo hojeó y me suplicó, por favor préstamelo, lo leeré rápido y te lo devolveré. Pues era muy simpático el güey y se lo preste. Lo perdí de vista, él estudiaba letras, yo medicina. 14 años después toca a la puerta de mi casa apenado y veo que me trae mi libro, puteadísimo, con las fotos pegadas, se había mojada, la portada daba grima. Se disculpó y en desagravio me traía la simple edición de Letras mexicanas y un vinito. Pero el rencorcillo siempre persistió.
Francisco Cervantes el gran poeta lusitano mexicano era mi maestro de poesía en las cantinas, él era un gran dipsómano, y un día llegué a la reunión con mi libro hermoso El Archipiélago de Holderlin, de editorial Revista de Occidente, edición bilingüe, son libros de pasta hermosa de blancura deslumbrante. Vio el libro se maravilló, no sabía que recién lo habían editado y me dijo, ¿dónde lo compraste? Le respondí, hace rato en la librería de Raúl Navarrete y apuró desesperado, vamos por él y repliqué a esta hora yo creó ya cerró. Vamos a intentarlo, repuso. Ay hermanos míos fuimos y ya estaba cerrado, con una cara de perro triste que no olvidaré jamás regresamos derrotados a la cantina a leer fragmentos del libro y ya al final, él ya entrado en copas me dijo, mordiendo el polvo, préstame tu Archipiélago, Heladio, y para este pendejo, me fue imposible negárselo al maestro Francisco. Pues jamás me devolvió el libro.
El pinche Julio Ulloa colega loco de Carlos Fuentes me vio mi Terra Nostra, pasta dura, un monumento que recién había editado Joaquín Mortiz, y en la mesa de la cafetería lo empezó a leer transfigurado y luego me espetó, mientras compro el mío, préstamelo, pero no mames Julio, yo ya quiero empezar a leerlo y sonriente apuntó, oh, aguanta juro devolvértelo pronto; ese pronto lleva cuarenta y cuatro años y mi libro recién comprado jamás me fue devuelto y valía una fortuna para mi pobreza adquisitiva.
Bueno podría escribir largo y tendido al respecto pero este no es el espacio.
Yo sólo pedía libros inconseguibles en México, los leía y puntualmente los devolvía, en la biblioteca del IFAL(Instituto Francés de América Latina), en la del Instituto Anglo-Americano de Cultura y en el Instituto Cultural Alemán Gohete y siempre los devolvía.
Jamás recuerdo haber pedido un solo libro prestado a nadie.
Uy, tiene mucho que decidí jamás prestar un solo libro, LP o Cd a nadie.
Me salvé así de perder:
El Mundo medieval de Friedich Herr,
Las Cruzadas de Zoe Oldemburg,
El Otoño de la Edad Media de Johanes Huizinga,
Los Quaderni de Gramsci en italiano,
La Muerte de Virgilio de Herman Broch,
Cioran, Eliade, Ionesco, L´oubli du fascisme de Alexandra Laignel-Lavastine.
Y esto sería interminable, un largísimo etcétera infinito.
Lo bueno es que ahora hasta los escritores han dejado de leer sólo escriben; los profesionistas no leen, todos andamos en Netflix, Amazon prime y decenas de series en la televisión,
La gente casi ya no lee, ya no te piden libros prestados y te ahorras la pena de negárselos, bendita fortuna la mía. /. Juan Heladio Ríos Ortega.

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