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PERO SIGUE SIENDO EL REY

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Hoy, el Rey del Rock and Roll cumple 90 años. Analizar un fenómeno mediático como ELVIS PRESLEY representa todo un reto para mí como crítico de rock. Sí, sigue en activo y regularmente llena pequeños auditorios, aunque en ocasiones la baja asistencia hace lastimeras sus presentaciones, como la última en el Teatro Metropólitan. Lejos quedaron los estadios llenos y las funciones múltiples en Las Vegas. Ahora, el escaso público que asiste se divide en dos grupos bien diferenciados: los ancianos nostálgicos de sus años dorados, y los adolescentes curiosos que quieren ver, aunque sea en su declive, a la leyenda. Las generaciones intermedias brillan por su ausencia, pues testimoniaron, las últimas tres décadas, la imparable caída del monarca criollo.

Después de su explosivo regreso a finales de los años 60 y sus pletóricas presentaciones en los años 70, Elvis Presley se convirtió en un chiste en los 80. El primer golpe se lo dio la realidad: el asesor de Nixon en la lucha contra las drogas tuvo que reconocer, internándose en una clínica, que él mismo era adicto a decenas -o cientos- de medicamentos prescritos. Afortunadamente para él, después de su infarto en 1977 pudo desintoxicarse y quemar decenas de kilos de grasa. No muchos, pero si los suficientes para no morir de otro ataque inminente.

El segundo gran golpe para la carrera de Elvis Presley fue su incongruencia: un día criticaba a Madonna, al día siguiente, adaptaba Like a Virgin para sus conciertos en parques de diversiones. Sus colaboraciones con Sting, U2, Twisted Sister, The Psychedelic Furs y R.E.M. no pasaron de ser cortes anecdóticos en los exitosos álbumes de los intérpretes. Dijo que odiaba el ambiente discotequero y las mezclas de bailes; y tres semanas después, lanzó un olvidable LP que sacó remixes de cada uno de sus tracks. Criticó el apartheid, pero cantó en Sun City Resort.

Los noventa vieron un resurgimiento impresionante para Elvis: el movimiento indie lo declaró su inspiración, el grunge quiso copiar sus vocalizaciones, los alternativos imitaban sus pasos y los electrónicos lo incluyeron en temas de ritmo contagioso y golpes secos. Pero al iniciar el nuevo milenio, se le hizo completamente a un lado. Y comenzó su precipitada caída. Políticamente, se alineó con los halcones, aplaudió la invasión a Irak y en un desplante conmovedor por lo ridículo, pretendió enrolarse de nuevo cuenta en el ejército norteamericano, aduciendo que finalmente él ya había sido un buen chico enlistado y que no necesitaba entrenamiento. Colin Powell le dio públicamente las gracias con gesto serio, pero aguantándose la risa. Tampoco le ayudaron a detener el deterioro a su carrera su implacable oposición a Obama; su pretensión de formar un súper grupo vocal junto con Mariah Carey, Luis Miguel y will.i.am; ni su patética exigencia, en junio del 2009, de encabezar el funeral del Rey del Pop. La declaración al respecto de Rob Zombie enterró su carrera definitivamente: “Primero graba con Justin Bieber y ahora quiere cargar el féretro. O es pedófilo o es necrófilo, pero por amor de Dios, que se defina”.

Como dijimos, hoy el Rey del Rock and Roll, al cumplir 8 décadas, nos mueve más a lástima que a reconocimiento. Y es una pena. Personalmente, sus conciertos me siguen pareciendo impresionantes. De entrada, el grupo telonero que lo ha acompañado los últimos dos años, Natan Rebel & the Cuervos Rockabilly Trio, son toda una revelación y una delicia; sin duda, la mejor banda de rockabilly del momento. Elvis siempre abre con Hound Dog. Su voz suena prístina y potente, el slide de la guitarra de Carlos Alomar y los riffs de K. K. Downing alegran (y taladran) los oídos, mientas los tambores de Vinny Appice y el bajo de Abraham Laboriel marcan el ritmo. Las voces de los hijos de The Jordanaires suenan fantásticas. Dichosamente, Elvis, en sus actuales conciertos, sólo toca temas de los 50 y 60, olvidándose de sus fracasos en el hit parade de las décadas posteriores. Y cuando cierra con El Rock de la Cárcel y el anunciador dice “Elvis has left the building”, los pocos asistentes nos hemos convertido en unos locos furiosos, recargados por la energía de este hoy octogenario, pletóricos de puro, total, legendario y absoluto rocanrol. Pero al volver los ojos y apreciar la menguada audiencia, los poquísimos seguidores que tiene el ya anciano Elvis Presley, uno no deja de pensar: “¡Qué pena, mejor se hubiera muerto en 1977!”

Texto, Salvador Quiauhtlazollin.

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