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Pátzcuaro y “Nuestra Señora de la Salud”

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1950.- Pátzcuaro es una ciudad nostálgica y vetusta. Paseando por sus calles se siente la sensación de vivir en pleno siglo XVI, en un pueblo español de Extremadura o Castilla la Vieja. Otras ciudades aún Morelia, por ejemplo, se trasforma, se embellece bajo una ola de modernidad. Pero Pátzcuaro, no, Pátzcuaro sigue siendo como en el virreinato y es quizás de todas las ciudades de México, la que mejor conserva el sello inconfundible de la dominación española.
¿No son sus enormes y vetustos caserones encalados en blanco y de tejados rojos como hermanos de otros caserones solariegos de la lejana España? ¿Y estás calles que suben y bajan y que cierran inexorablemente las iglesias barrocas, los muros infranqueables de un convento o que al fin, desembocan en una basta plazuela, donde crece la yerba libremente y hay una fuente de piedra ennegrecida, que lanza al cielo azul su chorro de agua clara, no os recuerda a otras calles estrechas y otras vetustas plazas, con otra fuente en medio de algún pueblo sórdido de Castilla a donde, lo mismo que estos pobres inditos van las mozas de España con el cántaro al hombro a sacar el agua de la fuente como en un cuadro bíblico? ¿Y estas casas, estas humildes casas de ventanas cerradas y de rejas ventrudas, donde cuelga a veces la jaula de un canario y se miran macetas con claveles no os hablan de otras cosas que visteis en la tierra de la Virgen María, una noche de luna, con un mozo “salao” cantando peteneras a una Carmen envuelta en su rojo mantón, con pelo de azabache, florecido con la divina llama del clavel o la rosa? ¿Y estas y buenas viejitas devotas envueltas siempre en sus chales de luto, que van a la misa del alba al trisagio de la tarde y en la noche al rosario, no os recuerdan a otras viejecitas tristes y suspirantes, con las que hiciste un día conocimiento, gracias a un cuadro de Zuluaga o una linda página del maestro Azorín?
Y sin embargo, Pátzcuaro no siempre fue española, su linaje genuinamente indígena se remonta a los primeros años del Imperio Purépecha. Tuvo aquí un templo del dios Curicaveri y a la par que ciudad religiosa fue un lugar de recreo para los soberanos desde la época de Tangáxhuan I. El gran Petamuti, residió largamente en su seno y en momentos aciagos, fue el último baluarte donde se puso a prueba el ímpetu y bravura de los purépecha, que al mando del anciano general Timas, y su hija la princesa Eréndira, merecieron una página inmortal en la historia.
Su origen español data de la época de aquél varón singular, de caridad admirable el Ilmo. D. Vasco de Quiroga que una vez consumada la conquista del Imperio Purépecha por Nuño Beltrán de Guzmán, la reedificó trayendo al efecto 30 mil indígenas y 28 familias españolas y estableciendo en 1540 su sede episcopal que residía en Tzintzuntzan.
Carlos V en cédula real fechada el 28 de febrero de 1534, le otorgó el título de ciudad de Michoacán y el escudo de armas y pabellón propio (azul y blanco) le fue concedido por el mismo Carlos V el 20 de julio de 1553.
Tiene Pátzcuaro entre sus timbres de gloria más preciados, el de haber sido el lugar escogido por el V. D. Vasco de Quiroga, para la fundación definitiva de sus Hospitales que iniciara con tan buenos auspicios en el pueblo de Santa Fe, y a cuya institución, debió más tarde que el Gobierno de España lo comisionara para reconstruir el imperio de los Purépecha, grandemente diezmado por Nuño Beltrán de Guzmán.
De su obra social emprendida en aquella ocasión, son muchos los que se han ocupado de un modo magistral y extenso y aún ha merecido por alguno de ellos ser comparado con Tomás Moro, uno de los más grandes sociólogos de la época. Sin embargo, en un tiempo la ciudad de Pátzcuaro, fue ciertamente un emporio de riqueza por su agricultura en auge y por sus innumerables industrias, creadas al noble impulso de D. Vasco. Este antiguo esplendor ha desaparecido y esta población de acuerdo con el significado “Pátzcuaro” que opinan algunos quiere decir “Lugar de Llantos y de Luto” y no alegría como pretenden otros, presenta en la actualidad verdaderamente un cuadro terrible de profunda laxitud y abandono, con sus calles desiertas, alguna casa en ruina o alguno que otro templo que se desmorona al paso de los siglos.
¿En esta no podemos menos de preguntarnos, la ciudad laboriosa e industrial en que soñó D. Vasco? ¿En donde están los telares que con el ruido alegre de sus máquinas trinan el ambiente de otras ciudades realmente laboriosas? ¿Dónde las herrerías, las sonoras y buenas herrerías, que en repiqueteo alegre de sus hierros sobre el yunque sorprenden gratamente el oído del viajero? ¿En dónde están al fin esos mil ruidos de los pueblos activos que trabajan que viven y cuyo incesante ajetreo del tráfico en las calles, del ruido de las fábricas, se alza como el rumor poderoso de un colmenar inmenso? ¿Es ésta realmente la ciudad para la que el buen D. Vasco de Quiroga; escribió un evangelio de amor y trabajo?
Pero llega el 8 de diciembre, la fiesta titular de Nuestra Señora de la Salud y la ciudad entonces vuelve a la vida, se engalana, se en juvenece, y aparecen las banderas, las flores, los gallardetes, como una muchacha endomingada. Sus casas ordinariamente cerradas se abren de par en par y sus balcones lucen doctrinas de follaje o de flores o se adornan con papel carrujado y picado con primorosos calados entre las que aparecen algunas pinturas con alegorías alusivas a los escudos de Morelia y de Pátzcuaro.
Las músicas que llegan de diversos lugares de Estado de Michoacán, dejan oír sus acordes, las campanas repican a todo vuelo y las explosiones de los cohetes atruenan el espacio, desde las primeras horas del alba, hasta muy avanzada la noche.
No faltan tampoco las danzas indígenas, entre las que figuran: Los Viejitos, Los Moros, Los Arrieros y otra que se llama Los Conquistadores, además de otras muchas.
Y todo esto en humilde homenaje a la Santísima Virgen de la Salud, cuya escultura hecha a base de un procedimiento indígena, data de los primeros años de la conquista (1583), y se debe según la tradición al mismo D. Vasco de Quiroga, quien dirigió personalmente a los indios en la elaboración de la imagen y la llevó después a los altares para constituirla la patrona de la ciudad.
Su culto ha ido cada vez en aumento y a base de las limosnas siempre abundantes, la humilde ermita construida de adobe y con techo de tejamanil, que fuera su residencia primitiva, se ha transformado en la actualidad (1950), en un rico y suntuoso santuario que tiene la categoría de Basílica.

Texto, Salvador Ortiz Vidales, escritor taretense.

De: “Imágenes Celebres de México”, Pbro. Prof. Higinio Vázquez Santa Ana y Salvador Ortiz Vidales, Año Santo de 1950.

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