Inesperada porque encontré un mural cinematográfico contemporáneo preciso que narra en lo visual el horror de las diferencias sociales y económicas. Una herida que es una vergüenza humana.
Si el mundo de la miseria, económica y de todas sus vertientes en la patología humana, explotara, un «Etna» vivo saldría del pecho, arrojando pedazos del corazón maltrecho.
«Parásitos», es el dolor. La angustia del desempleo. La astucia por la sobrevivencia. Es la esperanza rota. Es no tener plan en la vida para que las ilusiones no sean humilladas. Es también el desprecio a la clase humilde, esa que huele mal, esa que huele al metro. Al subterráneo del oscuro panorama. A esos que las clases posesionadas o aspiracionales llaman en el actual desprecio: «looser».
La divergencia. El rencor. El privilegio caprichoso de la suerte. Unos nacieron ricos o con la suerte de ser ayudados y otros viven la incertidumbre. La atroz miseria. Esa es su condena por ser flojos, dirá el cruel egoísmo indolente y marginal de muchos. Así lo quiso Dios, sentenciará la indiferencia.
Un día la miseria invade la placentera luz del acomodado y se suscitará lo indecible. La pesadilla más cruenta.
Ese fue mi sentir, ahora razonado, después de ver esta inteligente y sensible película del sur coreano director Bong Joon-ho.
Parásitos, esos microorganismos que viven de otros. Metáfora que enmarca tiempos del desigual capitalismo o el hoy llamado neoliberalismo.
Cinematográficamente la película es impecable. Una aparente comedia burlona se torna en una negra lección de escarnio humano. Una olla express que explota volcando el dolor callado. Un juego de tonos, muy inteligentemente armados por el director. Una gran puesta en escena que juega con dos locaciones. La casa rica de los » Park» y el sótano húmedo de los » Kim». Un guión que es un mapa emotivo que señala mundos de vida. Una fotografía que precisa en el detalle. Los distintos planos secuenciales se ven enmarcados por una iluminación que narra atmósferas que señalan ecos de vida a la emotividad crítica del espectador. Las actuaciones son de una verosimilitud asombrosa. Actores que guardan un tren de pensamiento que se asoma por las ventanas de los ojos. Gran unidad actoral. Producto de una dirección de actores precisa.
Un director que organiza perfectamente su material a contar. Su idea, su tesis al tema queda planteada en signos cinematográficos. El espectador tiene la satisfacción crítica de dilucidar que vio en lo personal. Por momentos » Parásitos», me hizo recordar a » Viridiana», de Buñuel, en las secuencias de los mendigos gozando del vino y la comida de los patrones. O la obra de teatro crítica social llamada » Los Invasores», de Egon Woolf.
Estupenda película. Un espejo contundente y contemporáneo a las terribles diferencias sociales y económicas. Un espejo deformante al estúpido clasismo. A eso tan conocido en México como chairos y fifis. Digo, sólo para aterrizar lo vivido al México de nuestros días.
La película competirá por el premio » Oscar», a mejor cinta extranjera y a la mejor película.
Raúl Adalid Sainz en algún lugar de México Tenochtitlan.
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