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¿OYE, QUÉ NO ERA CELIA CRUZ?, Para Óscar y Jorge

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Se habían divertido como enanos en aquel bar. Cantaron, conversaron con chavas, ligue de plática, sacaron teléfonos, recordaron vivires intensos con las rolas que escucharon. Aquellos tres amigos salieron del bar rumbo a la noche, esos nocturnales tan llenos de gente que busca desahogo de mundana cotidianeidad, que busca rasgarse la piel en aventura. Iban rumbo a su coche, y en el estacionamiento apareció, «Tongolele», sí, aquella exhuberante bailarina tailandesa que hizo furor al lado de «Tin Tan». Junto a ella, una mujer alta de raza negra. Prestos pidieron tomarse una fotografía con aquel ícono del cine mexicano. Curiosamente llevaban una cámara. Y digo curiosamente porque no eran para nada estos tiempos en que la foto es una constante habitual. Uno de ellos se sintió, «El Rey del Barrio», al tomarle a » la Tongo» la cintura para la foto, a la cuál ella había accedido gustosa. Le pidieron a la mujer sonriente negra que si les tomaba la instantánea. Ella riendo asintió. A los pocos minutos (ya ida la singular y bella bailarina del mechón blanco tailandesa) uno de ellos reparó: «¿Qué no era Celia Cruz, la que nos tomó la foto?», otro del tercio, enturbiando los ojos hacia el reciente suceso, afirmó: «oye, sí, era ella, cómo no nos dimos cuenta, que pendejos», el otro amigo que andaba más turbión, lamentándose dijo: «Celia Cruz era la buena, como no nos tomamos la foto con ella, pero ¿por qué no nos dijo nada?, que sencillez de mujer, con lo que me gusta como canta «Tu Voz». Esta mañana, uno de ellos vio esa foto, habían pasado treinta y tantos años. Recordó las ilusiones, la juventud que a horcajadas se come el minuto en risa, las noches de viernes en ese DF tan lleno de azares. Al ver la instantánea se dio cuenta que no fue borrachera, que Celia Cruz y Tongolele se les aparecieron en aquellas farras subyugantes. Esas descargas tan excelsas de sorpresas y tan llenas de hálito en vida. Dijo Cortázar, el sabio escritor argentino, que cuando uno añora, es como quitarle una hoja irremediable al calendario de vida.
Sonrió muy lleno de nostalgia contenta, sintió un deseo enorme de escribir este pequeño relato de este teatro que muchos, incluido yo, llamamos la vida.
Raúl Adalid Sáinz, en algún lugar de México Tenochtitlan.

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