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Tomó el bolso y la bolsa, que estaban debajo de la mesa, e iba a salir cuando recordó que dentro de la bolsa estaban las hermosas naranjas que había traído del pueblo a Teresina.
Puso la boca en la bolsa y los defendió con uno de sus brazos, hizo brotar esos frutos frescos y fragantes sobre la mesa.
– las había traído a ella, pero ahora se las dejo a usted, tía Marta. Huele, tía Marta, huele, es el perfume de nuestra tierra… cuando pienso que pagué en aduana por ellas… Basta, sólo a ti, mira bien… a ella le deseo «¡felicidades!» en Mi nombre.
Recuperó la maleta y se sacudió. Pero en las escaleras le ganó una sensación de agonizante aislamiento: solo, abandonado, de noche, en una gran ciudad desconocida, lejos de su pueblo; desilusionado, desolado, abatido. Llegó a la puerta y vio que llovía a cántaros. No tuvo el valor de meterse en esas calles ignotas bajo esa lluvia. Volvió a entrar lentamente, caminó de nuevo un tramo de la escalera, luego se sentó en el primer escalón y, los codos a las rodillas y la cabeza a las manos, empezó a llorar silenciosamente.
Terminada la cena, Sina Marnis hizo otra aparición en el cuartito.
– ¿se fue? – preguntó muy admirada.
La tía marta hizo que sí con la cabeza, sin la mirada. Sina, con los ojos perdidos en el vacío, absorbida, suspiró:
Pobre hombre.
– Mira – dijo mamá, ya sin frenar las lágrimas – había traído estas naranjas para ti…
– Qué hermosas! – exclamó Sina corriendo para ellas: puso un brazo en el pecho y con la otra mano agarró tantas como podía llevar a acurrucarse.
– No, para allá no! – protestó con la madre! Pero el destino se encogió de hombros y corrió a la sala, gritando:
– naranjas de Sicilia! Naranjas de Sicilia!
(Luigi Pirandello, cuentos: naranjas de Sicilia)
(28 JUNIO 1867, agrigento-10 de diciembre de 1936, Roma)
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