Musas: Enamorarse es un acto de fe
Eso de las musas puede sonar de lo más ridículo hoy en día. Se habla de talento. Se habla de disciplina. Se habla de constancia. De lecturas. De horarios. Sin embargo, y mis amigos escritores no me dejarán mentir, siempre aparece una mujer que, literal, te vuela la cabeza, que mueve tus manos sobre el teclado, que la traes tan clavada en tus pensamientos que no hay letra que no vaya dirigida a ella, como si al hacerlo, como si el saber que te leerá, los hiciera cómplices.
Un poco cursi, mucho, si se quiere. Pero entre el horror de Joseph Conrad y la belleza de Oscar Wilde siempre es preferible optar por la delicadeza de Dorian Grey.
Yo ahora mismo tengo a mi musa. Lo mejor es que ella ni siquiera lo sabe. Pero me lee, estoy seguro. Sonríe. Acaso se emociona como a mí me emociona tanto escribir para ella. Hasta le preparo un libro. Enamorarse es un acto de fe. También imaginar a mi musa. Esté donde esté. Se encuentre con quien se encuentre. Le podría contestar con reproche: nadie te va a escribir como yo (mentiría, cualquier imbécil con dos dedos de frente lo podría hacer mil veces mejor). Iba a sonreír. Cuántos mundos caben en una sonrisa. Gracias a ella. Como aconsejaba el buen Eusebio Ruvalcaba, una vez que se abre la llave, aprovecha y ponte a escribir. Porque nunca sabes cuando se va a cerrar esa llave. Ah, del pinche amor. Debe ser la primavera, me dijo el doctor tras recetarme pastillas para dormir. Mejor para mí.
Oscar Garduño.
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