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Morelia: No hay plaza, ni rincón, ni calle que no conserven un recuerdo histórico, una reliquia venerable, una leyenda fascinadora

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1945: Por eso Morelia se visita con respeto y admiración, como se visita Toledo, como se visita Santiago de Compostela. Su belleza y sus recuerdos históricos atraen y fascinan al viajero, de tal modo, que pronto ama a esa tierra prodigiosa, y cuando la abandona proclama por todas partes su hermosura y su encanto.
Allí está el primitivo y nacional Colegio de San Nicolás, la primera universidad que se fundó en el Continente Americano. Allí está la casa donde se celebraron las primeras juntas para iniciar la independencia nacional. Allí está la casa donde nació don José María Morelos y Pavón, el héroe más excelso de México.
Allí está la casa donde nació don Agustín de Iturbide, que un día se proclamó emperador de nuestra Patria.
Allí está la casa donde nació Santos Degollado, el héroe inmaculado y glorioso de la Revolución de Ayutla.
Allí está la casa donde vivió don Melchor Ocampo, que tanto se distinguió en la lucha de la Reforma. Allí está el muro donde fue fusilado el gloriosísimo cura don Mariano Matamoros. Abrimos nuestra memoria a los recuerdos de la historia y lo vemos desfilar rumbo al patíbulo, humilde, resignado, el color de tez, moreno, los ojos verdes, su frente picada de viruelas, los pies descalzos, caminando serenamente entre sus custodios que marchan bizarros, llevando entre filas al glorioso prisionero, que iba a recibir la muerte con heroísmo y resignación.
No hay plaza, ni rincón, ni calle en Morelia que no conserven un recuerdo histórico, una reliquia venerable, una leyenda fascinadora. El antiguo Seminario Conciliar del Obispado, convertido hoy en Palacio de Gobierno, es una obra admirable de la hermosa arquitectura colonial. Está construido de piedra rosa, labrada artísticamente, con la línea elegante y severa; tiene el aspecto de una mansión señorial, como los suntuosos palacios del Renacimiento italiano.
Frente al hermoso Palacio de Gobierno se levanta la magnífica Catedral de Morelia, llena de gloriosas placas conmemorativas y de monumentos de prelados ilustres, que en el mundo de las letras dieron prestigio y honor a Michoacán. Su arquitectura es diferente a la de todas las catedrales de la República. No se parece ni a la de Puebla, ni a la de la ciudad de México, ni a la parroquia de Taxco, ni a la iglesia de Tepotzotlán, ni a los templos de San Francisco Ecatepec, ni de Santa María Tenozintla, levantados en el dilatado y majestuoso valle de Cholula.
Por su arquitectura esa catedral es única en nuestro país. Elegante y soberbia, de una limpieza extraordinaria, conserva todavía entre sus recuerdos históricos los sonados acontecimientos que se registraron en la época lejana de la Reforma.
Como el Estado de Michoacán fue un campo importante en la Revolución de Ayutla, en el Museo de Morelia se conservan reliquias históricas de aquellos cruentos y novelescos días. Al lado de las reliquias tarascas se ostentan recuerdos de Santos Degollado y de Melchor Ocampo, de Miguel Blanco y de Epitacio Huerta. En ese museo se puede admirar la importancia de su cultura tarasca. Esa tribu primitiva que pobló la incomparable comarca michoacana, donde se admira y glorifica a don Vasco de Quiroga, que recorrió toda esa región llevando el bien y el consuelo a la frente del indio.
Toda la ciudad de Morelia tiene un marcado sello colonial. Sus viejos rincones evocan el recuerdo de España, como acontece al contemplar las ciudades de Puebla, de Querétaro y de Guanajuato, donde se admira el gigantesco esfuerzo español realizado en nuestra Patria. Cuando Maximiliano llegó a Morelia se quedó deslumbrado al contemplar la belleza de esa ciudad. Sus casas señoriales, sus calles hermosas, todo llamó poderosamente la atención al príncipe austriaco, tan artista y soñador. Sus alrededores son pintorescos y hermosísimos. Las mujeres morelianas son como las graciosas hijas de Andalucía, encantadoras; pero asomando siempre su rostro retrechero tras celosías de las ventanas para que nadie las contemple.
Un día se paseaba Maximiliano por los soberbios portales coloniales de la deslumbrante capital michoacana; de pronto se detiene frente a un puesto de fruta para comprar unos duraznos, unas peras, unas manzanas, unos mameyes, unos plátanos. El precio fue elevado; pero no le importó al comprador principesco. Ordena que se las lleven a su casa para comerlas a la hora del almuerzo. Pero cual sería su sorpresa al descubrir que todas aquellas frutas eran deliciosos dulces de almendra, que imitaban fielmente los duraznos, las peras, las manzanas, los mameyes, los plátanos, con una semejanza y una perfección tan grandes que nadie podía dudar. En ninguna parte de la tierra se puede saborear tal cantidad de dulces exquisitos como en Morelia.
Ciudad encantadora, que le ha dado días de esplendor y la gloria a la República con hombres de ciencia extraordinarios, con oradores elocuentes, con poetas ilustres, con profesionistas notables, con héroes de hazañas inmortales, que más bien parecen forjadas por la fantasía de los noveladores que por los grandes esfuerzos y los heroicos sacrificios que realizaron los habitantes de aquella región michoacana por la libertad y por la Patria.
En este bello jirón de México se evoca toda nuestra historia. Ciudad gloriosa la de Morelia, que tiene el timbre más egregio entre todas las ciudades de América.

Miguel Alessio Robles.

De: “Antología Selecta”, Miguel Alessio Robles, Editorial Patria, México, 1946.

Selección de texto, Sergio Ramos Chávez.

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