En 1982 yo cursaba mis estudios en el CUEC; un día camino a la escuela me topé con un vecino que supuestamente iba por el rumbo y se ofreció a darme un aventón que acepté. El aventón resultó contraproducente porque me dejó en medio de un paso a desnivel, casi en el arroyo donde los autos pasaban rozando mis narices; sudé frío, las piernas me temblaban.
De pronto una luz proveniente del otro lado del arroyo me cegó por un instante, baje la cabeza como reacción instintiva y mis ojos se toparon con unos zapatos blancos que a cincuenta metros de distancia, frente a mí, intentaban cruzar evadiendo la estampida de autos; esos zapatos plancos llamaron mi atención, lentamente subí la cabeza y fui descubriendo unos finos pantalones blancos de cuyo bolsillo izquierdo brotaba una cadena de oro que seguramente sostenía un reloj de bolsillo; seguí haciendo mi «Till Up» y me encontré con unas manos mulatas en donde sobresalía entre otras joyas un anillo de rubíes que momentos antes me había deslumbrado. Por fin llegué al rostro y lo que vi fue grandioso; ¡estaba frente mi inmenso maestro Dámaso Pérez Prado! que debe haber tenido 65 años, estaba ahí el gigante cara de foca, tratando de torear los autos al igual que yo.
Mi reacción fue instintiva y lancé el grito más descomunal de mi vida: ¡MAESTRO DÀMASO! El gran cubano volteó y nuestras miradas se encontraron o mejor dicho, se fusionaron. Impactado por el milagroso encuentro cobre audacia temeraria y llegué hasta donde el genio trataba de librar a los repulsivos vehículos que llaman automóviles; tomé del brazo al gigante y regresé con él hasta alcanzar la orilla, en el camino posó su brazo en mi hombro y así juntos alcanzamos la salvación, me miró y me toco la frente; el frío metal de su joyería inundo de alegría todo mi cuerpo, él solo me dijo «muchas gracias mi hermano del alma te debo una» y siguió su camino por una zona segura. Mientras tanto yo tardé una hora más en el arroyo, llorando de emoción y en estado de gracia. Desde ese día perdí el miedo a cualquier cosa, la aparición milagrosa de mi maestro me tocó para siempre. Ahora se cumplen 100 años del nacimiento del gigante de la música…y desde aquí le digo MAESTRO DÁMASO ME DEBES UNA. Gerardo Lara.
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