Memorias de un viajero: “This is Africa” (parte II)
Uno de los viajes comenzó en los senderos de las montañas y bosques primarios lluviosos de Andasibe -en busca de la mayor cantidad posible de especies de lemures y camaleones-, y continuó con el recorrido en camioneta cruzando villas y localidades rumbo a la Avenida de los Baobabs y Morondava, pueblo natal de Evao -un buen amigo músico que conocí improvisando a dúo en un restaurante, él en djembé y yo en flauta- y que me acompañó en la travesía hacia la costa. Un verdadero itinerario atravesando la isla de Madagascar de este a oeste.
Desde las áreas protegidas forestales de Andasibe, Mitsinjo, Villageois Voima y el Parque de Orquídeas, pasando por la recientemente habilitada zona de Maromizaha, hasta la reserva privada de Vakona y el más lejano y extenso Parque Nacional Mantadia (a 30 km). Y luego hacia la costa, que además de playas y los enormes Baobabs, cuenta con la reserva privada de Kimony.
Todo es diversidad. Pero indefectiblemente nos une algo que tenemos en común: la vida.
Así ocurren viajes dentro del viaje. El explorador, el amante de los animales, el que conversa con todos y el que hace música con los amigos que provee la circunstancia, se dan cita felices mientras descubren y aprenden. Y sobre todo…sienten.
Abundan los mangos (más pequeños y naranjas), las bananas y el arroz. Y también los transportes tan diversos: carros a tracción humana, tirados por cebúes, bicicleta o moto. Taxis Citroen “patito” o Renault 4. Camionetas y no buses. También cargan montones de bultos en sus cabezas y hacen una fuerza a veces colosal: ví cinco personas tirando de un carrito que trasladaba la cabina vieja de un camión, un veterano empujando un carro improvisado con más de 20 bidones de agua y bolsas de arpillera conteniendo carbón. Mucha gente y se nota enseguida el verdadero esfuerzo que hacen para salir adelante. Aplaudo y festejo esa fuerza que celebra la vida.
Algunas maravillas cotidianas ocurren bajo miradas silenciosas que, sin escudriñar en demasía a sus actores y el porqué de sus acciones, se relajan frente a lo gráfico e impermanente. Así como una configuración de nubes demora tan solo segundos en desaparecer, en transformarse y dar lugar a nuevas proposiciones, estas presencias del día a día esbozan cuadros que jamás compondrán una muestra o exposición en galería alguna: tan solo serán soporte de memorias frágiles en favor de un regocijo caprichoso y temporal.
Alejandro Aguerre, uruguayo.
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