El primer recuerdo a una mujer es el de mi madre. Ella jugaba conmigo. Me disfrazaba de los más inverosímiles personajes: De apache, de árabe, de magnate, de «pichi» madrileño. Amén de mandarme en pantalones cortos a la escuela. Según ella, porque así iban en España los niños. Debo decir que estas impertinencias me costaron grandes peleas con los compañeros. Hacer eso en el norte del país es una osadía. Un atentado. Quizá por eso tengo este carácter tan atravesado. Me tuve que defender a sangre y fuego. Mi madre fue una iniciación a un viaje, a un mundo desconocido. A la era de la mujer. Transmitirme el mundo en ficción. Verla arreglarse. Ponerse guapa para mi padre.
Trabajar. Llevar el orden de una casa. Darme también mis chicotizas para corregirme. Cómo olvidar aquel día en que me perseguía con una correa para ajusticiarme. Vivíamos al lado de una cantina, me salí de la casa volando, mi mamá atrás, un borrachito estaba tirado y al ver la escena persecutoria y de arreglo de cuentas al agarrarme y chicotearme, le dijo a mi madre: «Ya perdonen al compañero». Después fue el gusto hacia ellas. De niño lo que más me inquietaba de una niña era su pelo. Que tuvieran el pelo largo, largo. Un día en mis primeros escarceos de Romeo iba siguiendo a una niña, le alisaba y le alisaba su pelo negro. Las mujeres en la adolescencia fueron territorio prohibido.
Un campo minado. Un miedo salir de la trinchera propia. Eran balas peligrosas a enfrentar. Un día te das cuenta que son un paraíso. Un canto. Una aventura. Un sendero inexplicable pero que atrae. Así como un condenado ve los rayos de la libertad al otro lado del muro. Como un marino un puerto para abrirse a la inquietud. La aventura con una mujer es un mar lleno de olas a vivir. Un ir y venir que da sentido, gozo pleno. Ellas siempre te sorprenden. Cuando estás enamorado te dan el «sí se puede» de la manera más inesperada. ¡Bah,quién soy yo para descubrirlas! Ellas son el misterio mismo. Lo más bello es cuando encuentras a tu Eva que vivirá en tu paraíso libre y prohibido.
Con ella recorrerás los caminos. Las fronteras de la vida. Aprenderás a ser uno, un uno en dos. Dos individualidades que deciden vivir la vida en el mismo corazón del tic tac del existir. Las mujeres, las mujeres «Damos y prometemos por las mujeres», así como decía aquella canción. Ellas son el territorio libre si deciden compartirlo. Veredas desconocidas, inquietantes, día en la noche, luna en eclipse de sol, rabia en celo de lobos nocturnales, misterio cálido de abrazo llamado amor. Más nada, una creación en luz del supremo.
Un rayo asombroso de intuición, de enseñarle al hombre a destapar su ser noble, tierno, amoroso, a llorar cuando nace de su ser y a llorar de amor infinito al tenerlas en el más galáctico del orgasmo amoroso. A ustedes siempre, a ellas que son un motivo de ser. A ustedes que me han conformado sin saberlo. Raúl Adalid Sainz, en un lugar de México Tenochtitlan.
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