Hoy día, la música ha decaído grandemente por su nivel estético y sonoro, convirtiéndose en una manera de expresar lo banal e insignificante, tal como ocurre con canciones y melodías propias de nuestro país. En tal sentido, así se refiere Belting al ruido infernal, que podemos comparar con lo que escuchamos frecuentemente en la radio y hasta la televisión:
“Un castigo especial es el del insoportable “ruido infernal”, como todavía hoy decimos.
La cacofonía, tortura musical del Infierno, es el castigo por la incitación al pecado para la que en la vida terrena se había utilizado la música, como R. Hammerstein ha observado en su libro “Diabolus in música”.
Las disonancias se suceden y superan unas a otras si se mide su volumen por el tamaño gigantesco de los instrumentos musicales, convertidos en instrumentos de tortura.
Dos pecadores son crucificados en un instrumento híbrido de arpa y laúd. Junto a ellos, una multitud desbocada de músicos de viento y percusión al pie de una zanfonía colocada boca abajo, y un coro infernal canta estridente las notas escritas sobre un trasero, el lugar del placer nefando.
El sonido de una cornamusa, símbolo sexual en el doble sentido, acompaña sobre la cabeza del “hombre árbol” la danza del diablo y el hombre, y las gigantescas orejas entre las que sobresale un cuchillo son a la vez un emblema del delator al servicio de la Inquisición y una indicación del órgano afectado, que con la música infernal expía su falta de haberse dejado arrastrar al pecado”.
Extracto del libro “El Bosco. El jardín de las delicias”, de Hans Belting.
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