La Burocracia: ¡Para quién le venga el saco!, ante todo el respecto a los indígenas
Una vez, en las postrimerías de los años cincuenta, recibí en Morelia un mensaje del Vocal Secretario de la Comisión del Tepalcatepec, Ing. Arturo Sandoval, indicando que, de ser conveniente, el Vocal Ejecutivo de la Comisión, Sr. General Lázaro Cárdenas, tenía interés en recibir, en un par de días, un informe personal sobre el avance logrado en los trabajos sociogeográficos que estábamos realizando con el apoyo de la Comisión.
Por supuesto, era totalmente “conveniente” y salí de Morelia con la anticipación necesaria para estar en las oficinas del Sr. General en Uruapan a la hora acostumbrada 8:00. En la mañana de la cita, durante la ingestión obligatoria preventiva de pan dulce y atole, en un puestecito aledaño a la plaza principal de Uruapan, observé una tropa de indígenas con pancartas aludiendo a una indebida interferencia en la vida, historia y costumbres de ellos y de su pueblo, Caltzontzin, por parte de un ingeniero realizando obras de agua potable en dicho pueblo con el patrocinio de la Comisión. También vi algo al respecto en el periódico matinal uruapense. Sin averiguar más, por no ser asunto de mi incumbencia, me apresuré para llegar con pleno tiempo a las instalaciones de la Comisión a una media hora de caminata del puesto atolero.
El General me recibió a las 8:05 y le estaba rindiendo el informe solicitado, cuando tocó la puerta y entró a la oficina de don Lázaro, con obvia urgencia, pero no sin pedir disculpas por la interrupción, el Ing. Sandoval, “Señor General” -dijo- “ya llegó el Ing. Pérez Avalos para el asunto de Caltzontzin”. Yo me puse de pie para salirme inmediatamente en vista de lo delicado del asunto. Pero el General, con su consabida cortesía, atención y respeto para con todos los mortales, me paró en el acto, indicándome una silla al lado izquierdo de su escritorio, pidiéndome una disculpa amén del “Ingeniero, tenga usted la bondad de sentarse ahí. Este asunto va a ser muy breve”.
En esto, entró el Ing. Pérez Avalos y después de los saludos protocolarios, a indicación del general se sentó en la silla en frente de su escritorio que yo acababa de desocupar. Muy seriamente, y mirándome muy fijamente, pero sin ninguna manifestación de molestia o enojo, el General Cárdenas le dijo parcamente al ingeniero Pérez Avalos: “Qué pasó, Ingeniero?”, Pérez Avalos, visiblemente nervioso, respondió con mucha emoción y énfasis: “Pues, Sr. General, yo no sé cómo pasó esto. Yo he cumplido al pie de la letra con todas y cada una de sus indicaciones”.
En esto el Sr. General apuntó con su dedo y le dijo a Pérez Avalos. “Sí, Ingeniero, pero el modito, el modito”.
Después de una pausa para que toda la “savia” de esta familia penetrara bien en el entender del ingeniero Pérez Avalos, a la vez escuchando a mí una breve y cortés mirada interrogante, como para decir: “¿Y tú, qué?, ¿Estás de acuerdo?, el General siguió. “Bueno, Elías; estas gentes ya están por llegar. Hable con ellas, tome todas las medidas que se le pidan y cúmplalas al pie de la letra” (Expresada esta última frase con el tono de voz y las chispitas oculares de que era muy capaz don Lázaro cuando estaba poniendo algo en un contexto muy de él en sus momentos algo irónicos -a lo menos así le observé en dos o tres experiencias inolvidables que me tocaron a mí entre las contadas instancias de presencia ante él) Y como don Lázaro me incorporó, mediante una mirada directa aparte, en esta enunciación, yo opté, instantánea y decididamente por no meter mi voz, ni hocico en asuntos tan delicados y privilegiados. Por eso, procuré aparentar mi más desarrollada postura y actitud de un verdadero convidado de piedra (y, ¡ojalá que no resultó más bien de pendejo lelo!) y con una cara de los más salomónica de que era capaz, logró captar otras chispitas oculares comprensivas y, creí, aprobatorias del singular personaje de quien vengo recordando. Con esto se dio por concluida la “interrupción”.
Salió Pérez Avalos y yo volví a ocupar la silla al centro del escritorio de don Lázaro, de donde terminé mi relación-informe.
Después de despedirme del Sr. General, platiqué brevemente con uno de sus ayudantes quien me dio los pormenores del problema Caltzontzin. Resultó que éste se originó en el hecho de que Pérez Avalos había ordenado la excavación de una zanja en el centro de la calle en Caltzontzin para acomodar la tubería, pero que no había consultado primero con los vecinos. Por consecuencia, el ingeniero Pérez Avalos no estuvo al tanto de que el centro de la calle, conforme a la creencia parangaricutirense, estaba reservado para el tránsito nocturno de los difuntos. Así era un sacrilegio abrir la zanja en esa zona, en lugar de hacerla a una orilla. Por esto, “El modito, el modito”.
P.F. DEL VIÑETISTA
Como observación gremial (universitaria), noté que el General Cárdenas, tenía en su equipo en la Comisión del Tepalcatepec, uno de los más destacados antropólogos de la época, Dr. Gonzálo Aguirre Beltrán. Así que el hecho de que a los propios compañeros de equipo no se les había ocurrido consultar primero con el propio Asesor Antropólogo, sobre posibles creencias o prácticas de la comunidad indígena respecto a obras tales como la introducción de agua potable, y antes de iniciarlas revela una vez más la deplorable circunstancia de la ausencia total de sensibilizar mínimamente en las ciencias sociales a los ingenieros, arquitectos, médicos y técnicos durante su capacitación profesional universitaria. Es más, la ignorancia e indiferencia manifiesta por virtualmente todos los tecnocratas de moda hoy día en las cúpulas del poder, respeto a los valores culturales y sociales del pueblo que, en teoría sirven. No requiere más comentarios aquí.
Pero de paso sí comentaré que a ese insigne y único prócer hemisférico, don Lázaro, nunca le faltó sensibilidad respecto a que el modito fuera en sus tratos con los más altos niveles nacionales e internacionales, o con el más humilde de sus contemporáneos en la Meseta Tarasca, o con los más modestos investigadores extranjeros que gozaban de su respeto, y por ende, de su apoyo. ¡Y esto a mí sí me consta! He dicho. (Roberto Barnard Currie).
De: Semanario “Contexto”, 7 de Junio de 1990, Uruapan, Michoacán, 1990.
De: Roberto Barnard Currie: “…PERO, EL MODITO, EL MODITO…”, (director: Alberto Herrera Beltrán).
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