Hay lugares que de tan hermosos, uno pregunta: ¿Será cierto? Es que «La Alhambra» en Granada, es un embrujo, un sortilegio, un hechizo a la mente que inquieta vuela en fantasía.
La Alhambra consiste en un conjunto de palacios, jardines, y fortaleza. Alojamiento del monarca y corte del Reino de Nazarí de Granada. En su construcción nocturna, con la luz de las antorchas se veía roja. Alhambra en árabe (al-hamra) es la roja.
Se levanta como joya graciosa en la colina de la Sabika. A partir de 1238 con la llegada al poder de Muhammad Ibn Nasar, primer monarca del reino nazari de Granada, se volvió su residencia.
Aún lo vivo en la memoria. Llegamos mi padre y yo temprano en un taxi a ese palacio encantado. Casi de las mil y una noches. Estaba al pie de una de las joyas más impresionantes de la arquitectura artística del mundo. Mañana de sol de invierno granadino allá por 1982. Un guía andaluz tomó las riendas del viaje a ese paraíso mudéjar. La puerta de entrada a la Alhambra respirando esas ondulaciones de enjambre abigarrado propio del diseño andalusi o árabe mudéjar.
Si alguien conoció aquella casa mora llamada «La Alhambra» en Torreón, o el interior del Teatro Isauro Martínez, en ciertas de sus ornamentaciones, podrá imaginar de la grandeza artística de la que hablo.
Un palacio donde el silencio y la contemplación acompañaba a aquellos árabes de la corte. Salas de baño, el «haman», como ellos llamaban a sus apartados de limpieza. Lugares de relajación, de masajes. Donde bellas mujeres podían acompañarlos.
Patios con fuentes, como esa maravillosa de los Arrayanes, lugares contemplativos, meditativos, el árabe comulga con el agua, con la naturaleza. En ese viaje donde casi escuchaba laúdes recuerdo vivamente el Patio de los Leones, columnas, rectas y ondulantes, una fuente al fondo rodeada por doce formas simulando leones, los duodécimos signos del zodiaco. El árabe en su contacto siempre con la astronomía. Grandes estudiosos, filósofos, matemáticos, escritores del mundo fantástico. La vida en el musulmán es un cuento almibarado, un más allá de la realidad sujeta y tirana.
Aún siento esos mis pasos, con un cielo que sonreía sol. Con una Sierra Nevada contemplante como testigo de siglos. Estaba poseído por la belleza. En ese paseo por los jardines hermosos de La Alhambra, al pie de la «Torre de la vela», una fortaleza, está una inscripción, una placa a los versos que un mexicano hizo, poseso por la belleza de Granada y el palacio. Ese mexicano fue el poeta y diplomático Francisco de Asís de Icaza, quien paseando con su mujer por los jardines alhambreños del «Generalife», cuentan que un ciego pidió limosna a la mujer, el poeta Icaza le dijo a su esposa:
“Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”.
Es que la belleza contemplativa en ese punto del palacio es subyugante. «El Generalife», jardines donde los reyes se relajaban, meditaban la vida, vivían su aquí y su ahora en el embrujo del simple estar en su espíritu.
En la sala de la casa de mi padre en Torreón estaban esos versos señalados en una placa. Un recuerdo que mi padre tenía de la Granada que tanto amó.
Salimos de La Alhambra y contemplábamos Granada como una joya que se abría en un mágico alhajero. Ese lugar donde el árabe permaneció ocho siglos como dueño y señor de España. Sitio donde el musulmán y el judío vivieron como hermanos. Emigraciones que tanto bien cultural de vida dejaron a la Penísula Ibérica.
Aquel guía que nos condujo por el palacio, hombre ya maduro, nos dijo, poco más o menos así: Que tiempos vive España, esto es un desorden, nosotros necesitamos el garrote de Franco para que haya orden.
España vivía ese período de transición a la democracia, casi cuarenta años de dictadura franquista había nublado la vista libertaria de muchos. Pocos meses faltaban para que por medio de elecciones, el Partido Socialista Obrero Español tomara el poder al mando de Felipe González.
Esa era España en tiempos en que la conocí.Tomamos un taxi de regreso al centro granadino, mi padre y yo, ya en marcha, voltée el rostro a ese palacio árabe del embrujo y aún no concebía los hervores de ese sueño vivido. Es más a veces creo que aún no he despertado.
¡Gracias Dios, gracias padre por tanto dado a mi ser inmerecido!
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan.
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