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Justino Fernández, el manantial de un artista
Justino Fernández murió el 12 de Diciembre de 1972, en la Ciudad de México, la misma ciudad (pero al mismo tiempo ya no la misma) que lo había visto nacer el 28 de Septiembre de 1904.
Su dedicación a la historia del arte se nos aparece como uno de los casos más ejemplares de una vocación indudable, legítimamente encontrada.
Su ingreso, por invitación de Manuel Toussaint, al Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad de México en 1937, a dos años de fundado éste, es el acto simbólico que sella su pacto definitivo con este llamado.
La amplísima obra de Justino Fernández en el campo de la historia del arte y la teoría del arte puede y debe ser sujeta a crítica: labor no sólo inevitable en todo caso, sino siempre conveniente y saludable.
Lo que está más allá de toda discusión posible —y lo que esa misma crítica tendrá por fuerza que hacer resaltar— es el lugar central que en el desarrollo de la cultura mexicana y de nuestra concepción de esa cultura ocupan los trabajo de Justino Fernández.
El manantial de estudios de diversa índole y extensiones que brotaron de su pluma, en un fluir que no paró sino con su muerte, lo hacen un punto de referencia inevitable. Su quehacer como profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de nuestra Universidad, y como director (1956-1968) de este instituto incidieron de modo decisivo en la formación de estudiosos de las disciplinas que él cultivó.
Toda su obra está atravesada por una preocupación central: la pregunta por ser de México y el ser de su cultura a través de la historia del arte. Por eso mismo —y de otra manera no sería imaginable en mente tan lúcida como la suya— fue uno de los mexicanos que más penetraron en el estudio de ámbitos artísticos diversos, desde el Renacimiento hasta los últimos pintores europeos: que la respuesta propia se da sólo en un juego de reflejos y respuestas conjugadas.
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