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Irimbo, un pueblo con un extraño apodo: “La Tiznada”

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Irimbo, un pueblo con un extraño apodo: “La Tiznada”

 

El sacerdote Serafín García, un hombre moreno de recias facciones, tenía varios años de oficial misa en Ciudad Hidalgo, Michoacán, cuando sus superiores le destinaron a otro pueblo por la misma entidad.

– Me dijeron que el pueblo se llamaba Irimbo, y yo no le encontraba nada de raro -recuerda García-. No entendía por qué más feligreses me hacían comentarios, como “Ay, padre, qué habrá hecho usted para que mandaran ahí…!”

Explicación: fuera de los 3 mil habitantes del pueblecito, pocos michoacanos conocen a Irimbo por su verdadero nombre, sino por el apodo que el pueblo sobrelleva desde hace siglos: “La Tiznada”.

– Pero no es que seamos jijos –se apresuran a explicar los irimbenses-, sino que estamos lejos de la civilización.

La leyenda que explica el origen del inquietante sobrenombre se remonta por lo menos al siglo XVII cuando la iglesia lugareña fue construida (creen los irimbenses sin pestañear) gracias a los donativos hechos en artículo mortis por una condesa arrepentida que, en vida, había tenido por costumbre el seducir jovenazos del rumbo para luego desaparecerlos.

Por muchos años, se añade, la iglesia de Irimbo era la única, o al menos la más famosa de la región; los pobladores de comarcas muy alejadas tenían que peregrinar hasta allá para casarse, bautizar a sus hijos y pegar mandas. La leyenda agrega que al cruzarse los que iban con los que regresaban, se producían diálogos:

– Oiga, compa: ¿Por hasta dónde queda el pueblo?

— ¡Uy, compita, pos hasta “La Tiznada”…!

Y el apodo pegó porque, dicen los irimbenses, lo malo siempre pega. Tal vez la leyenda contiene algo de verdad, uno de los significados que se atribuyen a la voz “Irimbo” es, precisamente, “lugar a donde vamos todos”.

Irimbo, del que nadie sabe cuando fue fundado ni por quién, ya no está tan alejado, se encuentra entre Zitácuaro y Maravatío, a sólo tres horas del D.F. Por el pueblo pasa un camión de pasajeros cada 15 minutos, pero las mejores comunicaciones no han servido para traer prosperidad.

De la tierra vive Irimbo, y en contraste con los fértiles paisajes de Michoacán, los terrenos del pueblo son malos por haber recibido la ceniza y la lava de antiguas erupciones del cercano volcán: La Gloria (se afirma el propio pueblo fue dos veces sepultado en épocas remotas).

Parece que la zona de Irimbo fue alguna vez escenario de feroces batallas entre mazahuas y tarascos. Tal vez los guerreros lucharon hasta el exterminio, porque los pobladores de actual Irimbo son predominantemente blancos, con alto porcentaje de rubios de ojos claros. También predominan en esos rasgos las mujeres, los niños y los ancianos. Los hombres jóvenes, si sus familias tienen medios para sostenerlos, emigran para estudiar, y si son pobres se van a otra parte en busca de trabajo. La leyenda dice que alguna vez Irimbo fue un pueblo de herreros que fabricaban espadas de extraordinaria perfección y belleza, pero de eso no queda ni rastros; hoy, las únicas industrias de Irimbo son una pequeña fábrica de artículos de piel y una papelera que vuelca sus desechos químicos en el río donde los irimbenses se proveen de agua.

Algunas veces, los hijos de Irimbo triunfan en el mundo exterior y derraman sobre la aldea natal cierto resplandor de gloria, como sucede con el pianista Armando Merlo Sánchez, de 29 años, un irimbense que ya ha dado conciertos en Bellas Artes y ahora es maestro de la Escuela Superior de Música. Pero ni siquiera ellos han logrado interesar a las autoridades locales en solucionar los problemas que afectan al pueblito, como la falta de drenaje y la contaminación del río.

Tal vez la última esperanza de “La Tiznada” esté en su nueva generación. Alrededor de 35 irimbenses entre los 15 y 20 años, en su mayoría estudiantes que siguen cursos fuera del pueblo, regresan a él cada fin de semana, han formado un club cívico llamado Juimbo (dice que tal fue el nombre original del pueblo) para promover mejoras, hostigar a las autoridades olvidadizas y reunir fondos mediante bailes, fiestas, festivales, etc., para construir el drenaje y purificar el agua que consume la población.

El líder del movimiento es Luis Mario Villegas, de 21 años, un entusiasta perito en fruticultura que se niega a abandonar su terruño y sueña con borrar para siempre el apodo que oprime a la aldea: “La Tiznada”.

Como desafío al destino, y para matar de envidia a los fuereños, los jóvenes de Irimbo organizan ahora dos certámenes de belleza cada año, aprovechando la abundancia de quinceañeras bonitas que produce el pueblecito. Para el próximo año (1979), los del club Jiumbo proyectan enviar fotos de las misses y reinas recientemente elegidas a una lista seleccionada de estudiantes irimbenses a punto de graduarse en Morelia, en Toluca o en el D.F., para recordarles lo que dejaron en casa y hacerlos que les den ganas de volver a “La Tiznada”.  (Escribió: Elsa R. de Estrada).

Fuente: “Contenido”, México, Noviembre de 1978.  

 

 

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