He leído en algún lugar que los antiguos griegos no escribían necrológicas, cuando alguien moría apenas preguntaban: ¿tenía pasión? cuando alguien muere yo también quiero saber de la calidad de su pasión: si tenía pasión por las cosas generales, agua, música, por el talento de algunas palabras para moverse en el caos, por el cuerpo salvado de sus precipicios con destino a la gloria, pasión por la pasión, ¿tenía? y entonces indago en mí si yo mismo albergo pasión, si puedo morir griegamente, ¿qué pasión? los grandes animales salvajes se extinguen en la tierra, los grandes poemas desaparecen en las grandes lenguas que desaparecen, hombres y mujeres pierden el aura en la usura, en la política, en el comercio, en la industria, dedos conexos, hay dedos que inspiran a los objetos la espera, trémulos objetos entrando y saliendo de los diez tan escasos dedos para tantos objetos del mundo y lo que así hay en el mundo que responda a la pregunta griega, se puede mantener la pasión con la fruta comida aún viva, y hacer después con sal gorda una canción curtida por las cicatrices, palabra soplada a qué horno con qué fuelle, que alguien preguntase: ¿tenía pasión? alejen de mí la pimienta del reino, el jengibre, el clavo de la india, pongan muy alta la música y que yo baile fluido, interminable, sostenido por toda la luz antigua y moderna, los ciegos, los templados, ah no, que al menos me encontrase la pasión y me perdiese en ella la pasión griega
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en «Círculo de poesía», 29 de febrero de 2016. Trad. de José Ángel García Caballero. La imagen, de Jo Ractliffe.
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