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Héctor Bonilla: Una luz enorme de generosidad. Una palabra lo define: Congruencia

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Este 14 de agosto de este 2019, la comunidad artística (básicamente del ámbito teatral) se entregó en cariño al actor Héctor Bonilla. El entorno no podía ser mejor, se celebró en el Teatro Julio Castillo del INBA. En esa Unidad Cultural del Bosque donde Héctor estudió.
Una noche donde sus dos hijos actores (Fernando y Sergio) fungieron como anfitriones. Despojaron al evento de solemnidad, entregándose a la sencillez. Expresando su amor naturalmente a su padre. Sin poses que acartonaran lo humano del hecho.
Cinco de los mejores amigos de Héctor (Susana Alexander, Patricio Castillo, Julieta Egurrola, Damián Alcázar y Mario Iván Martínez) expresaron sus impresiones, anécdotas, amor y síntesis de lo que es Héctor Bonilla como ser humano y actor. Una palabra prevaleció en ellos para la definición: Congruencia. Autenticidad.
Cuando la compañera de vida de Héctor, Sofía Álvarez, tomó la palabra, me hizo sentir lo que es el amor y la admiración a un compañero de vida. Sofía habló de su amistad, de su amor, de su unidad, y de que son una pareja en aventura del existir: así como Sancho y Don Quijote.
Héctor tomó la palabra. El teatro, los asistentes, nos volcamos todos en amor transformado en aplauso. Héctor brillaba en luz. Habló de su amor al teatro. De su paso por el Teatro Julio Castillo. De su rotunda admiración por el mago hechicero de la escena: el gran Julio Castillo.
Recordó, leyó una carta a sus hijos, al público, una especie de testamento amoroso que cierra en el más elocuente sentido del humor: el que me vio actuar me vio, y el que no, pues ya se chingó. Poco más o menos.
El gran compromiso de Héctor para con su gremio actoral surgió cuando pidió a las autoridades de la ANDA reconocieran el trabajo teatral de los histriones como parte de sus cotizaciones para adquirir los debidos derechos de agremiados. El llamado teatro cultural (llámese del INBA, de la UNAM) debe ser reconocido en toda la extensión de los méritos profesionales y dentro de los parámetros de protección del sindicato. Grande, urgente y necesaria la petición de Héctor.
La noche cerró en la nota del mariachi que tocó una composición musical del actor: «Tierra Roja».
Un evento hermoso. Una noche de actores para un actor. Un Héctor muy querido por su gremio. Y eso no es fácil obtenerlo en una profesión donde se profesa mucho el culto a sí mismo. Es que hay una palabra con la cual yo defino a Héctor: Generosidad. Es un ser amoroso. Sencillo.
Tuve el gusto de trabajar con él en una película: «Un Padre no tan Padre». Fue un deleite. Héctor es pródigo en la charla, en la anécdota. Transparente. Con un sentido del humor maravilloso. Profesionalmente responsable. Talentoso. Comparte con amor la escena. Se entrega en el dar y recibir. Gusta de hablar de la vida. Amante del buen comer, de los deportes. Del futbol americano en especial. Bohemio. Le encanta la música. Toca la guitarra. Canta. Lo que se llama un tipazo.
Siempre lo he admirado como actor. No lo olvido en las películas: «María de mi Corazón» y «Matineé», de Jaime Humberto Hermosillo. En el teatro en «Lascuráin o la Brevedad del Poder», de Flavio González Mello; su célebre «Norman en el » Vestidor», su virtuosismo en la comedia musical «Barnum», o su gran trabajo televisivo en la gran novela, «La Gloria y el Infierno», dirigida por el gran Gonzalo Martínez.
Renglón aparte por su valentía para producir la icónica película de nuestro cine mexicano: la reveladora «Rojo Amanecer». Héctor perdió hasta la camisa; pero logró el respeto enorme por su entrega y congruencia de ideales para con su país.
Héctor, un ser de este y otros tiempos. Un ángel que irradia amor y pasión, escénica y humanamente. Seres necesarios. De una pieza. Gente que hace de sus dones recibidos, una ofrenda a la vida.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan.

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