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Paris, Francia.- El gobierno de Francia anunció la prohibición del glifosato. El herbicida más usado del mundo es una amenaza para la salud, dijeron en línea con lo que ya venía diciendo la Organización Panamericana de la Salud: que es un probable cancerígeno.
Por un lado es para celebrar que un país se mueva en forma autónoma pese a que, la Unión Europea, en bloque, viene haciendo papelones alrededor de este tema: por ejemplo para reafirmar la seguridad del producto copiaron y pegaron documentación de la mismísima Monsanto, y pese a que siempre se jactan de transparencia, se descubrieron enterrados en los conflictos de interés que tiene el resto del planeta.
Con cada vez más pruebas en contra de esa supuesta inocuidad con la que se lo vendía, el glifosato está próximo a ser un escándalo como lo fue en su momento el PCB (vean el Mundo según Monsanto y van a encontrar ese y otros ejemplos).
Antes de que el desastre siga avanzando podríamos pensar que si Francia pudo, también nosotros.
Ahora bien, la incógnita es qué va a pasar luego de la prohibición. Porque lo primero que aparece es que se sacan un problemón de encima. Pero lo cierto es que no es que de repente declararon a ese país territorio agroecológico sino que se están dedicando a buscar sustitutos. Esa es la principal crítica que creo que hay que hacer cuando se habla de la prohibición de un producto determinado: el problema no es sólo un veneno, el problema es el modelo productivo tóxico que hoy usa ese, mañana otro.
Los venenos están hechos para matar. Expuestos a ellos la naturaleza está en jaque. Y la salud humana, en el mejor de los casos, se va erosionando de a poco.
Tenemos que empezar a caminar la salida integral a este problema en que nos metimos cuando empezamos a producir de esta manera, reñida con la vida. Cada vez hay más conocimiento para hacerlo. Lo que falta es seamos muchos más los convencidos./ Redacción Juan Chacón Bejarano.
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