«Otras heridas narcisistas se agregan a las que ya hendían nuestro imaginario colectivo. Según Freud, la primera herida fue la enunciación de Copérnico de que no somos el centro del universo sino un mero satélite del Sol. La segunda, determinada por Darwin, fue que nuestra condición biológica no es divina, sino animal. La tercera remite al propio invento del psicoanálisis, que sentenció que no es una conciencia racional la que dirige nuestras acciones sino oscuras movilizaciones inconscientes.
Hace unas décadas, cuando se comenzó a teorizar una torsión epocal a la que se denominó posmodernidad, consideré que una nueva herida narcisista estábamos ante, la cuarta, que enuncié así: al finalizar el siglo XX la historia nos ha demostrado que los ideales modernos colapsaron. Alguna de sus manifestaciones fueron la caída del Muro de Berlín, la conquista capitalista de Rusia, la inequitativa distribución de la riqueza, el arte fagocitado por el mercado e irreversibles estragos sociales que dejaron de ser coyunturales y pasaron a ser estructurales: villas miseria de cuarta generación, miles de migrantes deambulando por el Primer Mundo o sus bordes sin destino ni fin, o la medicina colonizada por laboratorios multinacionales.
La quinta herida narcisista es constatar que las instituciones que conforman la sociedad están atravesadas por el dispositivo empresarial y su desprecio por el cuidado del otro. Ésta es la época póstuma que transitamos desde comienzos del tercer milenio. Somos sobrevivientes del proyecto moderno con su prometedora revolución industrial, aspiraciones de paz perpetua, arte como forma de vida total y la esperanza de una sociedad equitativa gracias a la aplicación de la racionalidad científica a la economía. En la modernidad se crearon las condiciones para lo que ya en la posmodernidad se convirtió en la cultura del consumo y en la contemporaneidad el dominio del capitalismo financiero, que ya no trata de producir sino de especular, ya no se trata de que el Estado contenga sino que excluya, ya no se trata de consensuar medidas para el bien común, sino beneficios para los millonarios y pérdida de derechos para todas las clases sociales que -de una u otra manera- están a su servicio: pagando impuestos que ellos no pagan, asumiendo aumentos de transportes que ellos no utilizan pero de los que se benefician, soportando privaciones que ellos desconocen, en fin, viendo cómo se «naturaliza» la inequidad social y se destruye el entramado social no solo por imposición de los poderosos sino también por la genuflexión de quienes perteneciendo a la clase media o popular rechazan a los líderes que se ocupan del pueblo, y apoyan a los millonarios «impolíticos», porque creen, ingenua o perversamente, que de esa manera pertenecen.»
De: Esther Díaz – “Problemas filosóficos”, Arandu-Biblos. Argentina.
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