Un actor se significa porque al estar en un escenario, en un set, sabe el por qué está ahí, qué pretende, a dónde va. Entiende, siente vitalmente el por qué y para qué de su personaje, está con toda verdad en la situación. Eso era el actor de cine Enrique Lucero.
Su ser en la pantalla se manifestaba por lo anterior escrito. Su presencia en cámara tenía contenido. Su facha para algunos personajes era un plus. Tal es el caso de «La Muerte», personaje que lo perpetuó en el cine.
Su gran trabajo actoral se aprecia en cinco de las más de cien películas que filmó. Cómo olvidarlo en «Canoa», de Felipe Cazals; en «El tejedor de Milagros», de Francisco del Villar; en «Los Mediocres», de Servando González; en «Ángel del Barrio», de José Estrada; en «Tiburoneros», de Luis Alcoriza. Era un actor bilingüe, hablaba el inglés a la perfección, lo que le permitió filmar al lado de Paul Newman Y Robert Redford en «Butch Cassidy», en «Los Siete Magnificos», de John Sturges; en «Tráiganme la Cabeza de Alfredo García», de Sam Peckinpah.
Enrique Lucero sabía significar a sus personajes. Entendía y transmitía el carácter y la conducta física de los mismos. Por eso de un pequeño papel extraía luz y se daba a notar. Esto lo vemos en «La Rosa Blanca», de Roberto Gavaldón, su personaje «Blas» y su fidelidad se hacen presentes. Su deleznable personaje llamado «Capitán», en «Las Poquianchis» de Cazals, es de hacerse notar.
Le gustaba caracterizar física e internamente. Esto es distinguible en «Los Mediocres», de Servando González; sus lentes de fondo de botella y su lánguida presencia conductual de carácter. Su trabajo detallado, en corporalidad y caracterización, en la película «Ángel del Barrio», es memorable. En esa cinta es un «Cirano» bondadoso y enamorado de «Magdita», su amor imposible Leticia Perdigón. En esta cinta hace una gran simbiosis con Roberto Cobo; su compadre en la película.
El papel que más me gusta de él es su imponente trabajo en «Canoa», de Cazals, ese cura cacique de San Miguel Canoa. Lucero se apodera de la voluntad del pueblo en su habla y actitud abnegada y angélica. Juega con el opuesto maravillosamente. Las perversidades del personaje se revisten de bondad. Su caracterización física es espléndida: Lentes oscuros que ocultan sus ojos, y un corte de pelo militar que lo hace particular entre todos los curas.
Su personaje de «La Muerte» en «Macario», de Gavaldón, es un referente de imagen de la película. Yo pienso en «Macario» y mi imaginario se va a Lucero y López Tarso departiendo guajolote; o va envuelto en el desconcierto al dialogar «Macario» y «La Muerte», sobre el destino en vela, encendida o apagada, de los hombres. «A dónde vas Macario, no huyas», grita «La Muerte» al lleno de miedo «Macario», por la sentencia contundente del destino.
La facha de Enrique Lucero es la imagen de la muerte en el sueño mortal de Macario. Esa caracterización pasó a la posteridad de nuestro cine mexicano.
Enrique Lucero, un actor que aprendía los quehaceres de su personaje: tejía con los pies en «El Tejedor de Milagros», remaba en su pescador «Rubén» en «Tiburoneros», manejaba con mística piadosa sus enseres religiosos en «Canoa», boleaba, boxeaba, hacía masajes, y arreglos para sus globos, en su trabajo para «El Patada» en » Ángel del Barrio».
Enrique Lucero, un actor, ese que significaba el alma de los seres humanos. Actores llamados de «reparto», un protagonista absoluto para aquellos que sabemos reconocer la labor esmerada de un histrión.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan
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