En Uruapan, a principios de los años 30 del siglo pasado, a raíz del retiro del servicio del tranvía urbano, llamado «tranvías de mulitas», a unos cuantos metros antes de la esquina Sur de la Avenida Ocampo, se dejó un espacio para fijar entre la plaza de los Mártires de Uruapan y la avenida mencionada, un pequeño camellón. Lo mismo ocurrió frente a las oficinas de telégrafos y el Portal Aldama. En el año de 1935 en el primer «camelloncito» citado, el que por casualidad ha persistido hasta nuestros días, aunque con algunos cambios; se erigió un monumento en honor al General Emiliano Zapata. Precisamente fue inaugurado el día 22 de diciembre de 1935, dentro de la programación de la Primera Exposición Agrícola, Ganadera del Estado de Michoacán según dice “El luchador” en su edición de esa fecha: “Hoy a las 10:00 de mañana en esta ciudad se perpetua la memoria de Zapata con el monumento granítico que se ha erigido en el boulevard poniente del jardín de los Mártires.
“La gratitud nacional por diversas circunstancias algunas veces tarda, pero siempre llega, ya era justo”, expresa Pedro Escobedo y Eudave en tal medio informativo. «El Zapata» estaba casi enfrente de la vieja notaria número 11, atendida por Lic. Martínez Uribe, donde ahora se encuentra la Ostionería «La Marinera», administrada por los hermanos García Melgarejo y también un comercio de helados y nieves. A un costado se encuentra el Bazar Cultural «Paraíso», negociación donde se venden libros nuevos y usados desde 1996. El monumento a Zapata se construyó durante el gobierno municipal de don Leopoldo G. Arias, quien fungió como tal de enero a diciembre de 1935. La construcción en si fue vistosa. Estuvo a cargo de la obra el Capitán Antonio Pérez G., quien fue el responsable de todo el proyecto.
La estatua, obra del destacado artista michoacano Guillermo Ruiz, prolífico escultor y cuya obra escultórica desde ese tiempo se hizo presente en distintas regiones de Michoacán y del país; se había fijado en un área rectangular, y medía siete metros de altura aproximadamente, adornada por cuatro farolas. Presentaba a un Emiliano Zapata de pie, con una expresión valiente y su mirada hacia el Norte de la Ciudad. Sus ojos se dirigían exactamente a la famosa tienda «El Almacén», propiedad de don Rafael Aguilar Cerda, un personaje muy singular de aquél tiempo. Debajo de la estatua estaba una leyenda que rezaba lo siguiente: Ayuntamiento 1935 Presidente: Leopoldo G. Arias Proyecto y Construcción Capitán Antonio Pérez G. Cabe decir que antes de que se erigiera el monumento, este lugar perteneció al camino por donde corría el circuito que comprendía el tranvía de mulitas, el cual dejó de funcionar entre los años de 1929 y 1930.
Una vez inaugurado el monumento al caudillo del Sur, la sociedad y pueblo de entonces le guardó respeto. Se familiarizó con él y como es natural llegó a servir de referencia para ubicar otros lugares del centro. En ese espacio se realizaron contados actos cívicos, uno de ellos fue el que se realizó en mayo de 1938, con motivo de la expropiación petrolera, donde una gran cantidad de vecinos de Uruapan y la región se sumaron al gobierno del General Cárdenas. Precisamente existe una gráfica que así lo constata. Desde 1935 este sitio, junto con el monumento vecino, el de los «Mártires de Uruapan», representaron la solemnidad y el patriotismo heroico de los uruapenses.
Luego, en 1952, se edificaría otro monumento, el de Morelos. Pero en realidad el segundo y tercero antes señalados siempre fueron y son los más significativos para la historia Patria de Uruapan. Curiosamente, el Monumento a Zapata es, hasta la fecha, recordado por la chiquillada de aquellos años, pues desde que se erigió y hasta su desalojo alrededor de agosto o septiembre de 1952, casi todos los niños uruapenses de ese entonces usaban los cantos inclinados como resbaladilla. Nadie de los pequeños de aquella época pueden olvidar que para ellos en vez de ser un espacio cívico respetable, lo empleaban como lugar de recreo, pues con sólo aplicar una cantidad de «saliva», el subir y bajar de los cuerpecitos de los infantes era un entretenimiento digno de un centro recreativo como lo son tantos que existen en toda la moderna ciudad del Cupatitzio.
Y es que los niños, ricos y pobres, hacían caso omiso a las indicaciones de sus mayores, maestros, autoridades, de la gente de razón, de aquellos que les advertían: ¡No te subas ahí porque es falta de educación y hay que honrar a nuestros héroes! Pero, ¿Quién a esa edad puede tener conciencia cívica? También, cuántas ocasiones no se juntaba la palomilla y se entretenían a expensas «del Zapata», corriendo alrededor de este. Quizás el alma inocente de los infantes creía que el gobierno les había mandado hacer un espacio recreativo especial para diversión y sin costo alguno. Pero en realidad, era con otros fines, patrióticos, pues.
Así pasaron varios años y aquellos niños ahora estaban transformados jóvenes y la efigie permanecía de pié. Sin embargo, el prócer revolucionario, los actos celebrados ahí y la suma diversión, pronto llegó a su fin. No pasó mucho tiempo para que el monumento, por instrucciones del gobierno local, se quitara de su lugar, como se dijo, hecho ocurrido en el citado año de 1952. La modernidad llegaba con aceleración y las mejoras que el gobierno promovía, sugería y ejecutaba, principalmente gracias al respaldo de la Comisión del Tepalcatepec, se llevaban a cabo. Uruapan tenía que ofrecer una mejor fisonomía, la obra del Capitán Antonio Pérez G. bien podía destinarse a otra parte.
Los cambios subsecuentes, más precisamente desde abril de 1951 y hasta el año de 1959, harían del centro y los portales de Uruapan, el mismo aspecto que hoy conocemos, aunque recientemente conforme al proyecto de obras del gobierno panista de Antonio González, del cuatrienio 2008-2011, se modificaron las plazas del centro de la ciudad. Sobre el desalojo del Zapata, existe una versión respecto a la «sugerencia» que hizo el General Lázaro Cárdenas, entonces Vocal Ejecutivo de la Comisión del Río del Tepalcatepec, a don Ignacio Valencia, presidente municipal de ese entonces, para que su gobierno aprobara la solicitud verbal de mandar la obra del Zapata a algún otro lugar cercano; recordando que estaba en camino la terminación de la monumental plaza Morelos, a la que también se le incluyó el monumento en honor al gran vallisoletano, el Siervo de la Nación, el que todavía luce en el centro de la ciudad, obra del prestigiado maestro Olaguíbel.
Otro testimonio, don Carlos Valencia Méndez (Patuán, 1918), afirma que una vez bajando por la calle de Emilio Carranza, el General Cárdenas, quien con sus cercanos colaboradores venía del Parque Nacional «Barranca del Cupatitzio», se detuvo del vehículo donde viajaba para ver detenidamente el monumento. En unos instantes de silencio, el General se dirigió al alcalde Valencia expresándole que no estaba bien que Zapata estuviera cuidando a los ricos de la avenida Ocampo y los de la Calle Independencia, que era mejor que la estatua se colocara en otra parte. «No pasaron ni unos quince días para el gobierno retirara el monumento», recuerda en señor Valencia.
Poco después de aquel año de 1952, muchos pobladores se enteraron que la efigie zapatista se había recogido y llevado hasta la antigua Presidencia Municipal, misma que se encontraba en el edificio del viejo «El Asilo», en la esquina de 5 de Febrero y Morelos, donde hoy se localiza la Escuela Primaria Federal «Ignacio Manuel Altamirano», y que a principios de siglo fuera el olvidado Colegio Marista. Esto sucedió en los días en que Uruapan se había convertido en un pueblo susceptible a las quemazones y cuando tumbaron los dos parianes (uno llamado «el viejo» donde estaba el Portal Allende y el otro «el nuevo» donde se encontraban los portales Ignacio Zaragoza y Miguel Hidalgo) y se llevaron el Kiosco, que por décadas adornara la plaza Miguel Rincón, antes Juárez y hoy llamada Monumental Morelos.
Fue cuando el centro histórico de pueblo se transformó en el que ahora todo mundo conoce, aunque hace poco fuimos testigos de otros cambios que sufrieran las dos plazas (Mártires de Uruapan) y sus jardines. Sin embargo, la memoria de los uruapenses de aquellos años, recuerda con placer sus jugarretas y distracciones que disfrutaban gracias a un revolucionario: El Zapata de la Avenida Ocampo.
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