El origen del son mexicano se vislumbra desde principios del siglo XVIII, cuando ya se aplicaba este nombre a ciertos cantos y bailables populares, mismos que con anterioridad se conocieron como letrillas, coplas o coplillas, cuya intención era casi siempre picaresca, como su natural antecesor, el cantar español.
Desde sus inicios, el son se nutrió con algunos elementos rítmicos y bailables de la música africana que trajeron los esclavos negros a nuestro país durante el virreinato y así, combinándose con las raíces españolas, antecedentes, se practicó con más regocijo por gente de más bajo estrato social en figones y otros centros de reunión aunque, por supuesto, eso no era bien visto por aristócratas y eclesiásticos que consideraban la interpretación de los sones como “…deshonestos y provocativos…amenazantes de las buenas costumbres…” y comenzó a prohibirse… cuando participaron temas en agravio de religiosos o de autoridades civiles, en detrimento de la moral y buenas costumbres.
Resulta ilustrativo recordar el “escandaloso” caso del baile llamado de “El chuchumbé”, hacia 1776, que llegó a Veracruz procedente de las islas del Caribe provocando la inmediata denuncia ante la Santa Inquisición de México: “…del grave daño que causa en esta ciudad, particularmente entre las mozas doncellas, de un canto que se ha extendido por esquinas y calles de esta ciudad, que se llama chuchumbé, por sumamente deshonesto”, “…de que ahora después he sabido se practica entre gente vulgar y marineros, cuyas resultas pueden ser escandalosas, el Santo Oficio solicitó un mayor abundamiento en la información y recibió de su comisario la siguiente carta: “…dos sujetos me dicten que las coplas que remití se cantan mientras otros bailan, o ya sea entre hombres y mujeres, o sea bailando cuatro mujeres con cuatro hombres; y que el baile es con ademanes, meneos, zarandeos, contrarios todos a la honestidad y mal ejemplo de los que lo ven como asistentes, por mezclarse en el manoseo de tramo en tramo, abrazos y dar barriga con barriga; bien que también me informaron que esto se baila en casas ordinarias, de mulatos y gente de color quebrado, no en gente sería, ni entre hombres circunspectos y así entre soldados, marineros y broza”. No se hizo esperar el edicto especial con la prohibición fulminante; sin embargo el chuchumbé y otros sones por el estilo siguieron ejecutándose en aparente clandestinidad y prolongando su popularidad en otras zonas del país hasta que, con el advenimiento de la independencia cesó tan severa censura y los sones afloraron libres, ingeniosos, espontáneos, cada vez más alejados de la procapacidad y así se convirtieron en un género fundamental de la música popular mexicana arraigado en las diversas regiones y adoptando en cada una su propia identidad.
En nuestros días el son es una pieza generalmente bailable con acompañamiento instrumental en lo que suelen escucharse coplas que se refieren al título o el tema que les da origen.
Su principal característica reside en que imita, refleja, reproduce o remenda las rasgos particulares y hábitos de las personas y de los animales, así como también exalta las cualidades y atributos de las cosas. Esta imitación puede encontrarse, indistintamente en los esquemas coreográficos, en los pasos y aptitudes de los bailadores, a veces en los efectos onomatopéyicos instrumentales, en la intención de los textos, o en los giros de las voces.
Las tres principales ramas cuentan con sendos repertorios muy abundantes entre los que solamente como muestra, se citan estos ejemplos:
a) De personas: El Borracho, El Télele, El Cotijo, El Tirador, Leonarda, Mariquita, Petrona, etc.
b) De animales: El cuervo, El Toro, La Guacamaya, El Palomo, La Culebra, La Tortuga, Las Alazanas, etc.
c) De cosas: El Butaquilla, Las Olas, La Negra, La Metralla, El Cachito, El tranchete, el Tren, etc.
Sin embargo, la clasificación se amplía casi al infinito al tomar en cuenta los sones que se refieren a los pueblos, ciudades, estados y regiones, así como a los vegetales y otros motivos varios.
Es imposible catalogar al son mexicano dentro de una forma o esquema musical y un estilo generalizado pues en ellos son determinantes la idiosincrasia de los pobladores de las diversas regiones, sus raíces socio-culturales, las dotaciones instrumentales de sus conjuntos típicos, los factores ecológicos que regulan el medio ambiente y, por lo mismo, la indumentaria y las épocas propicias para las celebraciones más importantes.
De: “Cuadernos de la Casa de Música Mexicana”, Edición a cargo de la Casa de Música Mexicana, México, junio de 1992.
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