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El legado fotográfico del uruapense Justo Contreras, ¡hoy difundido sin medida y reconocimiento!

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Actualmente sin control alguno ni referencias circulan en internet y entre la gente no pocas fotografías del Uruapan de Ayer que fueron tomadas por Justo Contreras Espinosa, un fotógrafo uruapense, que desafortunadamente muriera en plena edad productiva; aunque, en su vida logró reunir una cantidad considerable de fotografías, muchas heredadas de su viejo maestro, don Celerino Gutiérrez, otras de México Fotográfico y las demás de su autoría.  

Y es que, por años, Ceferino Gutiérrez Espinosa y Contreras Espinosa, fueron dos de los pocos fotógrafos que había en Uruapan hace más de un siglo, ya que posteriormente, llegaron a establecerse otros, como el texano Vera, el purepeño José Vega García, José Torres Ramos, etc.
Considerando el siguiente texto como un reconocimiento a don Justo Contreras, a continuación se describe de manera general datos de este personaje.
Justo Contreras Espinosa, nació en esta ciudad por el año de 1894, hijo único de don Justo Contreras, de origen andaluz y doña Sofía Espinosa originaria de esta población y al parecer era pariente de don Celerino Gutiérrez, primer fotógrafo en la historia de Uruapan.
En 1912, siendo un niño, a quien dedicamos este espacio, comenzó sus estudios en el Colegio Marista de Uruapan (donde ahora se ubica la escuela Primaria Ignacio Altamirano) y desde muy temprana edad, trabajó como ayudante entre 1907-1911, en las primeras oficinas que tuviera en esta plaza el Banco de México, ubicado en la esquina Sur de la Avenida Ocampo, antiguo Mesón de Morelos y 1ª de Santiago, hoy Emilio Carranza.
Por esos años, figuraban como asesores de la institución, el comerciante de Parangaricutiro don Rafael Hinojosa y don Silviano Hurtado; de cajero José Orozco Ramos, Genaro Barriga, entre otros empleados.
En 1910, todavía laboraba en la institución bancaria, cuando conoció a Josefina, quien sería su futura esposa.
Para entontes, vivía en el Portal Guzmán, su padre ya había fallecido y en su lugar doña Sofía era la encargada de la casa; así, con el fin de contar con algunos centavitos extras, le rentó parte de la planta baja de su finca a don Joaquín Correa, originario de Pátzcuaro, quien estableció una cantina pomposa a la que concurrían principalmente los catarrines, deleitándose con bebidas extranjeras, sin dejar a un lado el gusto por los auténticos vinos regionales que se destilaban en los únicos alambiques de Uruapan; “El Charanda” de don Eduardo Chávez; “El Uruapan” de don Cleofás Murguía; “El Perla” de don Alfonso Figueroa y “El Riyitos”, de Miguel Figueroa.
Ese sitio funcionó como tal hasta principios de los años 20´s del siglo pasado. Posteriormente, doña Josefina, por 1932, le rentó a Mariquita Saavedra y su hermana Saluca, quienes establecieron la nevería llamada “Palmira”.
Por otra parte, el nacimiento del romance de Justo y Josefina, fue motivo de un destino. A mediados de ese año, el zamorano Octaviano Villanueva Matos, a unos días de haberse ordenado un sacerdote, fue comisionado para hacer su servicio religioso en la iglesia de San Francisco de Uruapan,.
Antes abandonar su pueblo, el joven presbítero invitó a su hermana menor Josefina para que lo acompañara hasta el paraíso michoacano, y de paso conociera las bellezas de la ciudad encantadora y probara sus famosos antojitos.
La chica aceptó gustosamente, preparó sus cosas, acomodó su petaca y juntos viajaron hasta el vergel.
Ya en el paraíso michoacano, el padre Villanueva Matos, se presentó ante el Sr. Cura de la iglesia del pueblo, y más tarde se fue con su hermana a conocer de Uruapan sus atributos naturales, la hermosa Tzaráracua y las Quinta Ruiz y Hurtado.
También, se alejaron a las periferias del pequeño poblado. Pasearon por varias huertas, que bien aromaban la ciudad con sus fragancias de los árboles frutales; y a continuación caminaron plácidamente por el centro de la población, para conocer los negocios y sitios que había ahí. E inclusive por mera curiosidad en su momento se treparon al tranvía de mulitas para ir desde una parada de Nicolás Bravo hasta la estación del ferrocarril y de allá volver al centro en el mismo tranvía, sólo esperaron a que cambiaran de posición los animales para iniciar el circuito hacia el centro de la población.
El encuentro con su futuro esposo, Justo Contreras, fue inesperado. En los días de su visita, la zamorana se encontraba paseando por los portales, y del Portal Mercado bajó unos escalones para apreciar el kiosco de la Plaza Juárez, donde en ese momento tocaba una banda de música e inmediatamente subió hacia la Plaza de los Mártires de Uruapan; de repente, al extremo derecho del Portal Allende, vio a un simpático joven, quien le dijo que se llamaba Justo Contreras Espinosa y que vivía en el Portal Guzmán 5, del centro.
Ambos mantuvieron una bonita amistad, aunque corta, pues luego, con el consentimiento de sus familias, llegaron a ser novios formales.
A ocho meses de la relación, completamente enamorados, a petición de la comprometida, se casaron en Zamora en 1912 y volvieron a Uruapan, tan pronto como terminó la luna de miel.
Por otro lado, cuando Justo se casó con la hermana del padre Octaviano, ya había dejado de trabajar en el Banco Nacional de México, no por decisión propia sino más bien porque fue cerrado a causa de los problemas revolucionarios.
En ese momento surgió su espíritu de fotógrafo. Solicitó trabajo como ayudante en el estudio del fotógrafo más experimentado de Uruapan, don Celerino Gutiérrez (¿?-1923), quien era su vecino. Vivía y tenía su negocio en el Portal Rafael Carrillo número 8 y figuraba como fotógrafo oficial del pueblo y maestro de la lente desde aproximadamente 1894.
De su maestro, el joven adquirió destreza, técnica, fundamentos ópticos y el procesamiento fotográfico. Conoció el arte y la técnica que se elaboraba en varias etapas. Fueron horas y horas de aprendizaje. Llegaba a trabajar hasta muy noche con el fin de convertirse en un buen fotógrafo y lo logró, superando al maestro.
Poco después, con el visto bueno de su profesor, estableció en su casa un estudio fotográfico, juntó dinero suficiente para comprarle a su noble ex patrón el equipo necesario para montarlo. Todo lo instaló en la planta alta de su casa, hacia el año de 1916. Debemos reconocer que gracias a don Ceferino, el recién casado pudo alcanzar el anhelo de tener su propio negocio.
Justo Contreras continuó adquiriendo prestigio en su trabajo y junto con su familia, eran todo su mundo.
El feliz matrimonio procreó seis hijos: Sara, Roberto, María del Carmen, Esperanza de la Paz, Cristina y María de la Luz. Por cierto todas de niñas, estudiaron en el Colegio La Paz.
En cuanto a su trabajo, cabe decir que al “Estudio Contreras” concurría gente de todos los barrios, e inclusive llegaron a retratarse vecinos de otras poblaciones aledañas, tanto de la Meseta Tarasca como de la Tierra Caliente.
¡Qué bien que operaba su negocio! Su estudio era modesto, de madera, pero equipado. El trabajo lo hacía en las famosas Placas de Cristal, que conservaban en cajas de cartón. En tanto, en un lugarcito de la planta alta tenía el llamado Cuarto Oscuro, espacio donde él mismo preparaba los químicos y revelaba las exposiciones.
Además de hacer fotos tipo estudio (especialmente para fiestas, bodas, quince años, primeras comuniones, etc.) sacaba otras de tamaño postal para venderlas a su clientela fuereña y local, ya que acostumbraba tomar fotos panorámicas de los alrededores de la Ciudad, de las bellezas naturales y detalles de los portales. Otras más, para su venta, las adquiría de la conocida casa fotográfica México Fotográfico, de la capital del país.
Los viajeros que arribaban a Uruapan, solían comprar en el céntrico estudio de “Fotografía Contreras”, un recuerdo del pueblo adquiriendo postales, reveladas de manera artística, las que por el lado anverso se les podía escribir una leyenda o un saludo del remitente.
La familia vivía bien, el negocio marchaba sobre ruedas. No carecían de gran cosa. Don Justo ya tenía experiencia, sobrada clientela y más de trece años de servicio; sin embargo, sorpresivamente lo atacó una afección de la cual no pudo salir adelante y por desgracia murió en 1929, relativamente joven. Pasaron unos años y también falleció su mamá. Por tal razón, su esposa tuvo que hacerse cargo de sus hijos.
Cabe decir, que después del fallecimiento de don Justo, a principios de los 40´s. del siglo pasado, la Sra. Villanueva viuda de Contreras le rentó el local a José Torres Ramos, un fotógrafo que nació en pleno México revolucionario, un 16 de noviembre de 1911, en el pintoresco poblado de Tacámbaro, Michoacán.
Este nuevo locatario trajo su hijo para que le ayudara y quién iba decir que al poco tiempo, con el modesto equipo de don Justo, el hijo de Torres Ramos, ganaría fama y prestigio al trabajar nada menos que en los Estudios Cinematográficos de México, en departamento de fotografía (1).
Respecto al portal donde vivieran la familia Contreras, se sabe que a principios del siglo XIX, había dos casas. La primera, la más grande, pertenecía a don Luis Coria Campos, al que todo mundo lo conocía por la frase “¿Usted es de Uruapan?, ¡no, Uruapan es mío!” ¿Cuántas propiedades no tuvo Luis Coria Campos? La segunda casa, más pequeña que la del rico de Uruapan, medía 10 x 15 metros aproximadamente, era de los Contreras Espinosa, localizada en el portal citado, en el número 5.
Ya en la década de los 30´s del siglo pasado, los Contreras fueron vecinos de los Martínez Aceves futuros empresarios de gran renombre, y sobre el portal estaban, al parecer, tres locales; el del Notario Ignacio Martínez Uribe, la Tlapalería “La Uruapense”, de don Agustín Mercado, negocio que estuvo en servicio en el pasaje Martínez; y los billares y dominó “Salón México”, de su tocayo don Justo de Anda. Del lado de la primera Calle de Santiago.
Respecto al destino de la construcción en donde fuera el “Estudio Contreras”, en 1953 cuando el Gral. Cárdenas poseía gran influencia en el pueblo, se mandó recorrer los portales, a lo que todos los propietarios se oponían por los gastos que temían se generaran. La casa de Contreras fue la primera en derrumbarse, y muchas fotografías que se encontraban en el estudio se perdieron ya que fueron rayadas y pintorrajedas por los albañiles contratados. ¡Qué lástima ver una gran cantidad de cuadros de pared y fotos sueltas echadas a perder, todo fue a parar a la basura!
También, antes, cuando se incendió el Hotel el Mirador, de don Alfredo Alvarez, en la esquina de Ocampo, se sabe que las llamas tocaron al tejado del estudio y lo afectó del mismo modo.
Para finalizar, cabe decir que nadie de su familia siguió la tradición fotográfica de don Justo. Sin embargo, el talento y las excelentes placas tomadas por él, bien merecen recordarse.
Sobre el destino de las cientos fotografías que se tenía en su estudio, éstas fueron acaparadas por un vecino de esta ciudad, nos relataba alguna vez su hija Mary Contreras (+), y poco a poco fueron difundiéndose sin dar el crédito ni reconocimiento a este talentoso uruapense.

Nota: La información del texto anterior, se basó en dos entrevistas realizadas en por Francisco Cuevas Garibay y Sergio Ramos Chávez, a Mary Contreras, en el año 2004.

1 José Ortiz Ramos (hijo), heredando la tradición familiar de su padre y su abuelo, permaneció siempre en el universo fotográfico. Instalándose en Uruapan como fotógrafo en el taller y estudio de don Justo Contreras, se hizo discípulo del pintor Francisco de P. Mendoza, amigo cercano del general Lázaro Cárdenas, quien lo puso en contacto con Gustavo Sáenz de Sicilia para que trabajara en los nuevos estudios cinematográficos de la Ciudad de México.
Entre su obra se conocen hermosas imágenes -cinematográficas- como la llamada “¡Qué lindo es Michoacán!”, destacando no sólo uno de sus primeros trabajos como cinefotógrafo, sino de la misma manera su enorme amor por Michoacán. Esta película, protagonizada por Tito Guízar y Gloria Marín, fue dirigida por el (en ese entonces) debutante Ismael Rodríguez, con quien Ortiz Ramos volvería a trabajar en “Nosotros los pobres” (1947) y “Ustedes los ricos” (1948). También intervino como cinefotógrafo en “La hija del engaño” (1951); “Susana (carne y demonio)” (1951); y “El Santo contra las mujeres vampiro” (1962).
A lo largo de su carreta Ortiz Ramos colaboró con directores de la talla de Alejandro Galindo, Roberto Gavaldón, Emilio Fernández y Luis Buñuel, por mencionar algunos; y como podemos ver sus primeros pasos en la fotografía fueron aquí en Uruapan, en el taller de don Justo Contreras, un verdadero orgullo para nosotros.

Texto, Sergio Ramos Chávez, Cronista de la Ciudad.

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