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Era el día en que se festeja a los difuntos, un día cuando la gente adorna sus casas con flores de cempasúchil, cuando se encienden velas y se quema copal, Cuando procuran hacer algo en casa.
Sucedió que un hombre, el cual recién había enviudado, tenía una pequeña hija, la niña le dijo
_Y nosotros, ¿No vamos a adornar nuestra casa? Veo que ya te vas al monte.
El señor le contestó:
_Como yo no creo en esas cosas mejor me voy al monte a traer leña.
Aquel hombre no procuró ningún festejo y se fue al monte, la niña por su parte buscó algunas flores silvestres y con ellas adornó un metlapil y eso fue lo que colocó como única ofrenda a su madre.
El hombre mientras tanto estaba en el monte, había subido a un árbol y comenzaba a cortar la leña cuando de pronto se trozó la rama en que estaba parado y al caer su pié se atoró en una horqueta del árbol y quedo colgado, así estaba cuando vio pasar una fila de personas que vestían de blanco, llevaban consigo las ofrendas que sus parientes les habían obsequiado.
Entre ellos vio a su esposa que entre sus brazos solo apretaba un metlapil, al ver eso el hombre creyó y se arrepintió de no haber procurado un festejo para los difuntos. Cuando bajó del árbol se fue a casa a colocar su ofrenda.
Desde entonces aquel hombre celebraba el día de muertos cada año.
Relato ngiwa, de San Felipe Otlaltepec.
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