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Después del Ensayo: Nunca una crítica, sólo una vivencia

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CDMX.- Ahí en una tarde noche nublada de un primer día de Septiembre de 2017 fui al teatro. Ese que me encanta llamado «Xavier Villaurrutia». Estaba seguro que iba a ver una gran obra. Los dioses me lo auguraban. Una obra de Bergman. Director cinematográfico, amante irredento del teatro. Guardaba un lejano recuerdo de la homónima obra de teatro a la película realizada por el sueco director- autor, allá por los albores ochenteros. Aún veo el cine donde la observé: El desaparecido Gabriel Figueroa de la calle Yucatán en la Roma Sur. Mis recuerdos se dirigían a un teatro donde dos actrices debatían la vida con un director. Cabe decir además que era muy joven. Ese exceso de juventud conllevaba una falta de vivencia para sentir y comprender el drama bergmaniano. Leves rememoranzas en verdad.
Así que acudí a ver la obra teatral casi en estado virginal. Me senté en la espera. Una cámara pidió permiso de tomarme. La dejé, no imaginaba para qué. Al dejarnos pasar a la sala entramos por la puerta de actores que conduce a la sala teatral. Entramos por las costuras mismas del teatro. Su pasillo, los camerinos, el altar donde tantas veces me persigné convocando la luz espiritual en una actuación. Ahí en el altar estaba una fotografía del maestro Ingmar Bergman. Una convocatoria a su espíritu.
Entramos a la sala subiendo esas escaleras diabólicas de caracol que van a dar al teatro. Ahí en el escenario nos esperaba el director «Vogler», Juan Carlos Colombo, sentado en su escritorio revisando sus notas. Su acontecer de ensayo. Nosotros espectadores no existíamos eramos tan sólo fantasmas. Del fondo del escenario en una pantalla, imágenes de espectadores. Entre ellos yo cuando me filmaron. El escenario convocaba viejos muebles, utilería diversa. Una atmósfera que ya era una obra en sí misma. Así hasta llegar a tercera llamada.
La obra es un viaje al alma de los entes creativos. Una conversación a muerte con las emociones diversas, con los recuerdos que atormentan, con el miedo, con ese temor y aceptación dolorosa de la vejez, con el amor y la pasión que dejaron hondas huellas, con la fragilidad del actor, con el diálogo con su director, con el amor imposible a una joven cuando ya se es viejo, con el teatro como elemento vivo, tremendamente vivo, con el odio a la madre, con la inspiración como elemento creativo, con la imaginación dolorosa de inventar la vida futura si nos atrevemos a vivir una pasión que no corresponde. Así como Vogler y Anna juegan a inventar su pasión si la vivieran.
Bergman toma temas y los desarrolla apostando a la verdad descarnada que los actores puedan vivir con sus premisas. Los actores que le entren a este juego ya saben a lo que se atienen. Miuras, toros titanes tendrán que vivir. Y en ese sentido mis queridos Julieta Egurrola, Sofia Espinoza y Juan Carlos Colombo se entregan con todas sus capacidades y bonhomía para ofrendarse magníficamente.. Esa noche viví el teatro como hacía muchas veces no lo vivía. Mi alma, mis recuerdos, mi concentración, mi imaginación, vivió el viaje de «Vogler», «Raquel» y «Anna». Fui un fantasma que se infiltró en esa sala para vivir el dolor resignado de los tres actores convocantes a ese ensayo teatral.
Esa noche nos vampirizamos actores y espectadores para darnos placer mutuo. Quizá sea una herejía lo que voy a plasmar pero la puesta en escena vivida en el teatro me gustó más que la película hecha y dirigida por Bergman. Al día siguiente vi la cinta y me pasó lo anterior. El tema es profundamente una materia teatral. Ver la obra en su espacio natural, el teatro, es de una potencia y magia total. Los duendes teatrales hacen su juego travieso de crear atmósfera y clima. La película es el cine en el teatro. La obra es el teatro dentro del teatro. Los actores del drama son eminentemente gente de teatro. Quien lo vive sabe de qué estoy hablando. Jugamos y vivimos la vida real sin saber que estamos actuando. Así como los personajes de «Después del Ensayo». Actuar o no actuar ese es el dilema. Sólo que actuar es en este caso la vida misma, la razón de ser.
Esa noche vi quizá la mejor interpretación que he visto en mi vida. Y vaya que he visto teatro. Julieta Egurrola nos regala una pintura en diversos matices del alma de un personaje atormentado. Una actriz que ilumina pero que su alma va al despeñadero.¿Vogler la crea en su recuerdo o en realidad así era Raquel? Dilema maravilloso. Cuando vi a Julieta después de la función le dije con el alma abierta: «Gracias, gracias, gracias».
El montaje es sublime. Muy bien traducido por Mario Espinoza, director de la obra, el espíritu bergmaniano de fantasmas, de batalla a muerte entre la verdad de los personajes, de ese hablar entre vivos y muertos. Estos están vivos y los vivos están muertos. Qué paradoja. El juego del cine en el teatro me gusta. Visto éste en la pantalla de fondo del escenario como un eco del alma de los personajes. La dirección de actores es elocuente. Un tono unificado. Una contención que deja vislumbrar por el atisbo de una ventana el alma fracturada de los personajes. Gran trabajo actoral de esta tercia de actores.
Quedan pocos días de esta joya teatral. Vayan.Yo por lo pronto me guardo en mi memoria esta experiencia que me hace gritar de júbilo a rabiar por el teatro. Doy enormes gracias de haber sido convocado a ese ensayo como un fantasma vivo por el gran histrión Juan Carlos Colombo.
¡Gracias, muchas gracias Juan Carlos Colombo!

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan.

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