Y quien no conoce o a escuchado la “Parábola del hijo pródigo” en el evangelio de Lucas, o ha visto el cuadro de Rembrandt y se ha puesto a meditar sobre lo que nos muestra la imagen y lo que nos dice sobre el padre, el hijo mayor y el menor; la acción de cada uno de ellos y como todos en algún momento podemos ser cualquiera de los personajes de ese cuadro. Y como su mayor mensaje es la disposición del padre amoroso a recibir a su hijo perdido.
Ahora por todo lo que nos aqueja mundialmente, por lo que padecemos y vivimos en el mundo, sería bueno reflexionar y tomar en cuenta el relato evangélico de la “Parábola del hijo pródigo”, pensar en regresar al amor del padre, respetando y amando su casa, nuestra casa que es el mundo y la vida.
Seamos como el hijo pródigo que regresa a “La Casa del Padre” pidiendo perdón, después de haber malgastado su herencia por ignorancia o por maldad (los dones que dios le dio).
En estos momentos, podemos reflexionar y ver esto que pasa en el mundo como una oportunidad para regresar de esas tierras lejanas de los placeres mundanos, que nos han hecho creer que somos merecedores de honores; y nos llenamos de vanagloria, de poder, de envidia, de odios, de rencores, de avaricia, de gula, de egoísmos, de vicios y adicciones; pero también de miedos, de fracasos, de abandono, de soledad.
Hoy, podemos reflexionar y ver que podemos regresar a “La Casa del Padre”, donde hay perdón, donde se puede ver al prójimo como hermano, donde podemos calmar nuestra hambre y saciar nuestra sed. Solo en “La Casa del Padre” podemos encontrar el sosiego de nuestra alma, el pasmo que necesitamos en estos días. Solo ahí, en ese lugar, en donde nos espera el padre de amor, podemos sentirnos como el hijo pródigo; salvo del dolor y el miedo, de la fragilidad y la miseria humana.
Estos días en que se nos dice que nos mantengamos en casa. Sería bueno regresar a casa, esa que hemos abandonado, entrar con la esperanza de que encontraremos un padre amoroso, que nos abrazara y nos dirá: “Todo pasa, no temas, yo estoy contigo” y en lugar de mirar hacia abajo, miramos hacia el cielo y pedimos su perdón y su amor, seguro estaremos mejor en sus brazos, en ese abrazo de padre amoroso, recobrando nuestro honor, la reputación de ser sus hijos.
Y, finalmente, podemos pensar: que el hogar “La Casa del Padre” es el centro de mi ser, ahí donde puedo escuchar la voz que me dice: “Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco”.
Laura Ramos
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