Mi crónica: En la librería El Péndulo de Hamburgo, arriba en el barcito pegado a los libreros que estaba revisando, volteo y dos guapas, guapas, se estaban besando y abrazando con fruición, escucharon mis pasos y voltearon, se encontraron mi rostro de sorpresa; se rieron, se sonrieron; también me regalaron el brillo festivo fulgurante de sus ojos y siguieron en su faena amatoria; voltearon a verme otra vez para intimidarme con su dulce belleza yo creo y pensé, con taquicardia y las libidininas ya hasta arriba: ¡que me inviten al trío, que me inviten! (yo pondría mi depa, mi sofá de dragones negros, mis Duque de Alba, mis Jack Daniels, Champaña, el polvito blanco que da abrazos de dragón y lo demás que se fuera ofreciendo en el camino).
De pronto en mi mente un espejo: ahí yo me reflejaba un anciano de lamentable corporeidad: viejo, emaciado, feo, con cuadrotopsias visuales (medio cegatón) y deduje tristemente que las hermosas jamás me iban a tirar el pase. Breve, brevísima es la vida del hombre y las mujeres mágicas nunca envejecen…¡Os maldigo estrellas perfectérrimas, eternas, por presumir su apacible inmarcesibilidad frente a mi prefería irreversible! PD. Lo juro: imaginé que las dos bellas me veían tan decrépito como me veo en muchas fotos y ellas no mienten. Juan Heladio Ríos Ortega, colaborador.
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