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Antes en Uruapan, todos comprábamos en abonos

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Siempre vienen a mi mente algunas anécdotas y personajes que me tocó conocer en mi querida, santificada, agraciada y purificada tierra del agua bendita, o sea en Uruapan. Por eso, en esta entrega me voy a explayar comentándoles, hablándoles, diciéndoles, señalándoles, etc. etc., a los lectores que siguen mi huella, en mis pobres escritos que medio redacto con mucho cariño de este mi vergel.
Bueno “sobre el muerto las coronas”.
Ahora les platicaré respecto a la vida de un personaje que está devaluado y en peligro de extinción en Uruapan; a pesar de su mucho valor histórico-económico y social que posee, ya merito se despide del vergel.
Me refiero a “EL ABONERO”, que pronto será un individuo “que fue una vez y ya nunca será”, un personaje que el mismo tiempo lo trajo y a plazos se lo llevará.
Siendo todavía un niño, hace más de medio siglo, decían que el pueblo crecía de manera endemoniada, lo que dio como resultado que las gentes probes se las vieran negras para salir adelante, hay que recordar la Ley de Malthus.
Esto fue causa de que al pasar los años, muchas familias de escasos recursos económicos y rete-hartos hijos, pasaran las de Caín para subsistir, pues lo que ganaban al caso sí les alcanzaba para algunos enseres de primera necesidad. Dicho de otra forma, antes sí que se vivía con más privaciones, sí uno comía frijoles con quesito, chilitos en vinagre y chocolate Moctezuma (en agua) o cafecito “Don Cele”, era mucho. Bistec, carnitas, mole o birria sólo cuando venía el Obispo o cuando hacían las canacuas a políticos de la talla de mi General Cárdenas o de su hermano, el simpático Dámasito. Antes qué carajos que tuviéramos lo que ahora cualquier familia de barriada o de las colonias ostenta.
Antes no había tanta tecnología consumible, ni buena comida, ni que radio, televisión, DVD, estereo, interneeeeet, “computadora”, celular, celuloide, cámara digital, memoria, y más entretenciones que mi mente no quiere sacar a relucir, porque reconozcan ustedes que ahora con la globalización, hay más lana circulante, más billetes, marmaja, pesos, centavos y en cuanto aparatos, todos podemos hacernos de los que queramos, con cómodas facilidades y broncas gratis a la vuelta de la esquina.
Dicho en palabras del “Pirruris” (Luis de Alba, no un ex presidente municipal de Uruapan, el que por ahí lo he visto tristeando), cualquier vecino pobre y jodido de la Jaramillo, la 18 de Octubre, Tierra y Libertad, El Duraznito, Santa Bárbara, Quirindavara o la Buenos Aires; puede comprar lo que se le antoje. Antes, ¡nel pastel! Uno se conformaba con ver la tele en los aparadores de las mueblerías del centro de la ciudad (La Mercantil Uruapan, La Mueblería Castillo, La Mueblería Guerra, Mueblería Rovert, La Mueblería Rosa Elena, en fin…) o con irse a ver las funciones de box hasta Paracho y en bola, allá por los años setenta.
Es más, yo fui hasta de los que alquilaba revistas a un “don” en la plaza Morelos, cuando estaba de moda ver revistas por alquiler (¡pero nunca renté pecaminosas!), y esto porque no nos alcanzaba para comprar ningún ejemplar.
Pero prosiguiendo con el tema de hoy. Desde los años 50‘s, sí no es que “ende antis” (como dijo un actor uruapense que salió en varios anuncios del canal 2 de Televisa, el amigo Sergio Murguía), apareció en escena, con todo y su vestimenta, un individuo al que las amas de casa tenían que tratar, fuera con o sin el consentimiento del viejo. ¿Por qué?, nada más por pura necesidad, aunque hubieron sus excepciones.
Se trata de “EL ABONERO”, ese chambeador que debido a la modernidad pronto dirá. ¡Adiós muchachos! Adiós seño Martha, adiós doña Lupe, adiós doña Mary, adiós doña Yola, adiós doña Kary Rojas, adiós don Sergio, adiós José Francisco, ¡adiós, para siempre!, ¡adiós!.
Antes de que este mundo englobado se olvide de “EL ABONERO”, y de otros personajes del archivo histórico de mi tierra, trataré, si sus mercedes me lo permiten, de sentenciar aspectos muy generales de tan importante fulano en la economía del hogar y la subsistencia familiar, tomando como marco de referencia nuestra amable, acogedora y gustada ciudad del río limpio, y cristalino, pos´ acuérdense que ya pagamos el saneamiento en la CAPASU…, y que el buen amigo “x” con su varita mágica ya mandó harta lana para rescatar al Cupatitzio, “yastacreees”.
Dejen decirles que tuve la suerte de conocer dos que tres aboneros, de quienes no recuerdo sus nombres; pero que importa, si muchos políticos no se acuerdan de cosas muy importantes como temas de historia patria, civismo, ética y moral y ni les gusta leer; ¡y no les decimos nada!, pero de que me quejo, como advierte mi cuate Carlitros Tobón: ¡no te apures, pa´ que dures!
Regresando al tema, tópico, asunto, cosa en cuestión o como le quieran llamar. Estos trabajadores acostumbraban ir a cobrar los artículos que dejaban los vendedores de las compañías que contaban con un buen surtido de mercancías para el hogar. Digamos por ejemplo, vajillas, vaporeras, burros para planchar, colchas, peltres, cafeteras, algunos muebles, zapatos, tenis, ropa, roperos, roperitos, roperotes y aquí le paro porque de tanta carga, chance y corra el riesgo de que me salga una hernia.
Tales aboneros levantaban su cobro en los lugares más populares. Aunque, en Uruapan, hasta los 60´s, todo era popular, poco se hablaba de fraccionamientos tales como uno que ahora nos vigila llamado El Mirador; o Huertas del Cupatitzio, que de huertas ya casi no tiene nada; el Don Vasco, donde viven los “fifi”, Villas de la Magdalena, etc. O sea, en donde vive toda la Uruapan´s rich people, incluyendo una gran cantidad de ricachones de otros rumbos, fuereños pues de la tierra caliente. Muchos de ellos dueños de costales de dinero que se encontraron debajo de un arbolito o por la herencia que les dejó un tío que se dedicaba a vender costales de harina, cristalería de lujo y que en tiempos libres fue tablajero.
Bueno, al principio la clientela se concentraba en los barrios de Uruapan y las colonias populares cercanas o no al centro de la ciudad. Es decir, compradores en abonos era bastantita gente de La Magdalena, San Miguel, San Juan Quemado, Santiago, San Pedro, la Mora, la Monche Farías, la Casa del Ñoño, la Tamacua, la 28 o mejor dicho la Twenty Eight (¡se escucha mejor en inglés!), la Burrén Jaramillo, la J. Múgica, La Mora, La Popular, El Colorin, El Colorado, etc., etc., etc.
Normalmente los aboneros acudían por el cobro durante la mañana, todos los días, menos el domingo, Y También en las quincenas agarraban a su clientela de pechito y con un chingo de centavos.
A continuación, digo la ruta que seguía el flamante cobrador de nombre Cleto Pérez, uno de tantos hermanos separados de la iglesia católica y que trabajaba para la conocida empresa llamada “Casa Juan Murillo”, donde el crédito está en sus manos, y es más barato que la carne de gato, pues aquí no damos gato por liebre.
El señor Pérez -el hermano separado- recorría su ruta más o menos así: La 28, La Quinta, Riyitos, el centro, Ramón Farías, La Mora, el Colorín, la Pista Vieja y la Infonavit.
¡Cuándo para que existieran las colonias 18 de octubre, Tierra y Libertad y Mexican Army (ejército mexicano), Arroyo Colorao, La Magister, entre otras colonias. Haciendo un paréntesis, hoy existen más de 375 colonias en Uruapan según el censo de mi tía Bartola Magaña de la Madrigera.
De tal forma que Pérez en una semana llegó a visitar hasta quinientos clientes por todo el pueblo, bien fuera en bici o en un Quinta-Centro-Estación y hasta a pincel. Esto demuestra que había demanda a puños, pues todos comprábamos en abonos.
Ya se lo podrán imaginar con su baika y con un manojo de carpetitas de papel cartulina -todas sudadas-, un lapicero bic, su libreta y un portafolito negro, donde metía otros papeles, la lana la guardaba en los calcetines. Siempre vestido con camisa de terlenka, o yersi, pantalón Topeka, dislavado y tenis dumlop o a veces huaraches de Sahuayo; eso sí, muy listo con la marmaja, no lo fueran asaltar algunos amantes de lo ajeno, pues en esto de la uña la experiencia en la historia de Uruapan nos dice que siempre han existido sinvergüenzas que joden al que se deja, con o sin nombramiento oficial, aunque auguramos buenos tiempos con eso de la austeridad, ya que los rateros no robaran tanto, pues comunicación social del gobierno federal ha boletinado que están en apoyo al cambio republicano de nuestro estimado presidente López Obrador.
Era interesante ver a ese personaje de gorra, bañado en sudor, con bigote mal cortado, mal peinao, sin lavarse los dientes y oliendo peor que un chivo desnutrido de Taretan. Pero ganoso de baño como los pobladores de Purépero, los que se bañan en una escalera (¡es broma!).
El cobrador acostumbraba tocar la puerta con una moneda de cobre para que le abriera su clienta o cliente, y esperaba hasta varios minutos, sí es que le iba bien.
Por cierto, mi prima Cesarea Gil, dice que cuando iba a abonar, para dar la bienvenida al viejo “cobrón” sacaba por delante a su perrito, un Doberman lánguido.
Cuántas veces aquél pobre abonero tuvo que marcharse con las manos vacías para no correr el riesgo de una mordida, aunque a la mejor ahora las mordidas que pesan más son las que uno les da a los tránsitos que merodean por las calles céntricas de la ciudad. Y es que con los dineros no todos somos espléndidos, acuérdense de que “duele más un golpe en el bolsillo, que un golpe en los huerfa…” Pero, sigamos…
Al rato el abonero veía que se asomaba alguien por la ventana y gritaba:
-¿¿¿Quién??? -a lo que respondía.
-“yo, El abonero”.
– Ah, el cobrón, decía la señora toda coquetona con su pijama muy juvenil.
– ´Pereme tantito, ahoritita le bajo los…, cinco pesos de abono.
Otras veces, salía un hombre gordito, como “Chencho el Miado”, del Barrio de San Juan Quemao, de lentes, enojón, con una mirada de pocos amigos, medio desconfiado.
¡Sí!, le atinaron. Era el esposo, quien reteceloso salía a dar el abono.
Las rutas eran difíciles, ¡cómo no!, ahora en cambio todos los que venden en abonos, solo esperan al cliente a que les lleven el dinero. Por ejemplo, han visto alguna vez a un empleado de Famsa, Electra, Cuidao con el Can, Milano, La Nacional, Electra, etc., que ande cobre y cobre a su clientela. No, de ninguna manera, eso ya quedó atrás, eso sólo lo hace El Abonero, ese que suda la gota gorda, al que le escurre el sudor por la frente y otras partes de su desnutrido cuerpo.
Porque sepan ustedes que sí uno le debe a Coppel y se atrasa unas dos semanas, son tan atrevidos, que casi le mandan a la Julia y próximamente a la Guardia Nacional. Y no se diga esos de Banorte y BANCOMER, que prestan dinero para después querer “robar” con lo que embargan, sin importarles la necesidad del que les pide un préstamo y “agandayar” al pobre cliente enviando a perros licenciados, intimidando al que les debe. Lo digo, porque ya me pasó tres veces.
Bueno, ya casi concluyo mi participación, para que no se me enfaden.
Se dice que señor Pérez trabajó treinta años en la empresa del señor Murillo y uno pocos más con el señor Monzón, pero aquél nunca hizo fortuna.
Antes de concluir, quiero decirles que el señor Pérez, ahora lo vemos en una tienda de las grandototas que llegaron con el fin de llevarse la lana de Uruapan y amolar a las tienditas que eran toda una tradición en los barrios y colonias del pueblo, llámense Soriana, Wallmart, Waldos, Samuel Club, etc. ¿Y qué hace?, se preguntarán…, Anda metiendo en una bolsa impresa los artículos que la gente compra en una de esas empresas, a cambio de que le den un peso, dos y hasta diez pesos. Todo cambia no cabe la menor duda. Es un cerillo mayor!.

Texto: Catoncito, el pelao´ uruapense.

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