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Ahora que la muerte de figuras públicas parece que sólo da pie para que la mayoría de la gente se burle y dé muestras de supuesta ironía y originalidad, me gustaría abogar por la memoria.
Al menos en el caso José José, en una ocasión me tocó estar frente a él en un inolvidable suceso en un lugar público: hace unos 12 o 13 años estaba en la famosa Nevería Roxy, en la calle de Tamaulipas en la Condesa.
Disfrutaba de uno de los deliciosos esquimos de Cereza del lugar, cuando entró con su guitarra un intérprete callejero dispuesto a ganarse unas monedas. Ya no recuerdo qué canción comenzó a interpretar, pero fue una de las popularizadas por “el Príncipe de la Canción”.
Mientras todos estaban inmersos en su asunto, unos disfrutando de sabores y otro produciendo notas desde la cuerdas, de repente entraron dos personas y una de ellas se interesó especialmente en el desempeño del cantante callejero.
Era José José y un amigo. Mientras el acompañante se concentraba en hacer el pedido de dos helados, José José detuvo al cantante, le pidió que interpretara cierto estribillo de la canción, lo detenía nuevamente y le decía la manera en que tenía que hacerlo correctamente.
Fueron uno o dos minutos en los que el Maestro escuchó e instruyó al alumno, mientras los comensales atestiguábamos lo que sucedía al centro del lugar.
Cuando la lección terminó, el amigo llegó con los dos helados, entregó el suyo a José José, y se despidió de todos en medio de una ovación.
Para ese momento el intérprete callejero ya era un mar de lágrimas de la emoción, y agradeciendo a todos por acompañarlo en tal momento tan especial y emotivo, se despidió y partió igualmente entre aplausos. Ese día, sin duda, no lo olvidaré ante aquel breve y resplandeciente suceso al atardecer.
Mauricio Matamoros Durán, Editor en DC Comics.
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