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CDMX.- De Héctor Ortega, podría recordar muchas cosas: Cuando era niño y él, ya como gran actor que era, interpretaba Hamlet en Xalapa, precisamente ese montaje histórico que realizó Marco Antonio Montero en el puente de Xalitic.
Recuerdo también cuando nos reencontramos años después, yo como escritor de cine, y el ya plenamente reconocido en el medio, me estimulaba para seguir adelante. Compartíamos luchas y principios.
Me pidió que lo asistiera en los Festivales de Oposición, el órgano de prensa del Partido Comunista Mexicano, en el que los dos militábamos. El éxito de esos festivales se debió en buena parte a él.
Años después coincidimos en luchas sindicales, dentro de la Sección de Autores del STPC, y por esos años fuimos juntos, con otros compañeros, a defender en la Cámara de Diputados, lo que considerábamos era una ley adecuada para el cine mexicano. A él se debe el famoso grito, en ese recinto: «¡El arte no es una mercancía!».
Después, tuvimos desaveniencias de las que yo no debí de haber participado, porque estaban instigadas y acicateadas por la oportunista Marcela Fernández Violante. El resultado fue que él renunció a la Sección de Autores, de la que fue director y lamentablemente tuve que ver con eso.
Años después, es decir, hace poco tiempo relativamente, nos reencontramos. Le ofrecí mis disculpas por aquellas desaveniencias, me las aceptó, le dio mucho gusto verme y terminamos dándonos un gran abrazo. Abrazo que sería el último que nos diéramos.
Ya te fuiste, Héctor. Dondequiera que vayas te alcanzaré y te seguiré apoyando en luchas políticas y artísticas y seguiremos caminando juntos.
Por otra parte no dejo de recordar que él fue uno de los grandes actores del cine mexicano y del teatro. Me viene a la mente ahora su estupenda interpretación como Belisario Domínguez, en «Cuartelazo», de Alberto Isaac, y muchas otros trabajos que él interpretó y protagonizó. Buen viaje, Héctor, siempre recordaré con orgullo tu amistad y tus enseñanzas.
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