“En esta tarde, Cristo del Calvario,
Vine a rogarte por mi Tierra enferma;
Pero, al verte, mis ojos van y vienen
Y veo nuestra soberbia con vergüenza.
¿Cómo quejarnos del temor atroz,
si aplaudimos cualquier falaz voz?
¿Cómo mostrar esperanzas vacías,
cuando apostamos por abrir heridas?
¿Cómo explicarte nuestro recelo y desesperanza,
cuando abandonamos el encargo y la templanza?
¿Cómo explicarte que tememos derramar la vida,
cuando el alma hemos enclaustrado pervertida?
Una espina tan brutal como la de tu áspera corona
Ahora sin piedad nos quiebra, nos mata, nos lesiona.
Y necesitamos, Señor, apoyarnos en tus fieles hombros
Para levantarnos de los fangos, los lodos, los escombros.
Hoy que recordamos tu martirio generoso
Te pedimos, Señor, que nos mires amoroso:
Danos fuerza, señor, para la próxima hecatombe
Para exprimir del corazón mentira y podredumbre.
No nos salves de los jinetes del apocalíptico final
Deja que luchemos contra el miedo y contra el mal
Nuestro compromiso: reencontrar el placer más generoso
El de vivir infatigables por el conocimiento esplendoroso
Y sólo pedimos mañana no pedirte nada,
Y al ver aliviados tu santa imagen muerta,
Comprender que el dolor fue nuestra huerta
Donde cosechamos la llave de tu Santa Puerta.
AMÉN.
(Domine salvum nobis pandemic)
(Original de Gabriela Mistral, adaptada a nuestras adversas circunstancias por Salvador Quiauhtlazollin)
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