Fue fulgurante en la televisión por varias razones: por su irrestricta e incorruptible moralidad en medio de una época turbulenta, por mover a risa al tomarse demasiado en serio, por encabezar un show donde lo estrafalario era la norma y se celebraba al máximo la corrección hoy perdida. A los adultos les encantaba por el chiste que era en sí mismo, a los niños por sus hazañas y acción. Con él vivíamos golpizas amenizadas por onomatopeyas como “¡Bam! ¡Pum! ¡Oufgh!”; conocíamos villanos que respondían a estrambóticos nombres como El Cascarón,
El Bibliófilo o El Rey Tut; e integrábamos a nuestro léxico exclamaciones blasfemas e impronunciables como “¡Santas vacas aladas!”. Analizado con la mente escéptica de hoy, puede parecer muy natural el triunfo en la pantalla chica del Batman de ADAM WEST*, pues en los años sesenta de marchantes de ropa colorida y gobernantes de negras intenciones, podíamos esperar el exceso que siempre se tomaba de forma natural, como un Santo contra los zombis, un Alex Dínamo contra una conspiración bikini o un Fantomas que amenazaba al mundo. En medio de la onda y el jet set a go go, encajó perfectamente su batidillo de bati-aerosoles, bati-twist, bati-cortadores de lazo de acero y bati-frases hechas.
Hoy, Adam West se despidió de la bati-existencia. Su carrera posterior cayó al punto de protagonizar una cinta de la Alegre Madame. Adiós al Batman ventrudo de las tardes televisivas de millones. Yo sí siento su partida, pues fui un niño adicto a los tubos catódicos, para el que la televisión fue una parte importantísima de su formación. Y de nueva cuenta, mientras se humedecen mis ojos, vuelo al pasado y recuerdo una encapotada tarde sentado frente a la tele de mi abuelita, mientras veo Batman y mi mamá me pone un plato de kremel al frente, mientras besa mi cabecita…. ¡Verdaderamente era la gloria! — con Titi Cacheux. Escribe: Salvador Quiauhtlazollin. *Nota: William West Anderson , nació en Seattle, Washington; 19 de septiembre de 1928 y muere en Los Ángeles, California; 9 de junio de 2017.
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