Luis Alberto Solari, sueña y vive Se me antojan fotogramas estos cuadros de su película soñada; frames claros y oscuros que han proyectado sus manos alas. A través de la pintura o el collage, o la suma y multiplicación de sus paisajes oníricos y sus detalles, suena la música de su fanfarria: la obra es la banda, la reunión agitada del espíritu animal, la presencia del cuerpo símbolo que nada y vuela. «Su obra sostiene un aire surreal y onírico no exenta de humor e ironía. Una extraña simbiosis de tradición y contemporaneidad» (María Eugenia Grau, Área de Investigación y Curaduría). Se yergue la mascarada y casa los escenarios efímeros con los eternos, los disímiles e imposibles con la cotidianeidad. Crea su propia marcha de carnaval imbuida de denuncia, señalando al compás de los personajes antropomórficos algunos tópicos como la guerra o la contaminación. Pero la guerra por ejemplo, burda pantomima, se desmorona en las acciones de estas figuras de animales humanizadas que, en su duplicidad fantástica, funden identidades y trasladan los hechos al mundo de la fábula. Los animales cohabitan y respiran otros ritmos, proponen otros colores. Solari comparte esa otredad y así reviste nuestra imaginación con un reverso necesario, plasmando en cada pintura un eco que se reproduce a través de su obra, como la música que nunca fue y siempre será, en alguna parte, el marco de un desfile real y fantástico simultáneamente./ Alejandro Aguerre.
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