Gábor Szabó, guitarrista húngaro especializado en la fusión de la música folclórica húngara con el jazz
Hay varios mitos y leyendas sobre Galatea (en griego antiguo ‘blanca como la leche’), pero en la mitología griega destacan dos vinculadas especialmente al sentimiento del amor.
Según una de las historias, Galatea era hija de Nereo y de una divinidad marina siciliana. La joven era muy hermosa y habitaba en el mar calmo. Polifemo, el cíclope (hijo de Poseidón y de la ninfa Toosa, monstruo gigante con un solo ojo) estaba muy enamorado de Galatea, pero ella no le correspondía.
El corazón de Galatea pertenecía al bello Acis, hijo del dios Pan (dios de los pastores y rebaños) y una ninfa. Una vez que los amantes se encontraban descansando a la orilla del mar, Polifemo los descubrió. Acis intentó huir, pero el furioso cíclope le lanzó una enorme roca y lo aplastó. Galatea muy triste, acudió a la naturaleza de su madre Toosa y lo convirtió en un río de límpidas aguas que llevó su mismo nombre.
Allá por el 1510, el pintor italiano Rafael plasmó esta leyenda en su obra “El triunfo de Galatea”. La nereida Galatea, que ocupa el centro de la composición, representa el triunfo del amor platónico frente al amor carnal, del que se ve rodeada con numerosos tritones, nereidas y otras criaturas marinas que, víctimas de los disparos de varios cupidos celestes, se ven arrebatados al goce sensual en movimientos muy dinámicos y contrapuestos. Cabe resaltar su serenidad, con una mirada hacia la esquina izquierda donde aparece el único cupido (de los varios que lanzan sus flechas de amor en el cielo) que, tranquilo, reserva sus dardos. Galatea simboliza el amor puro. Subida en una concha-carro conducida por dos delfines no forma parte de la sensualidad de la composición. Es el centro de la misma.
Salvador Dalí también la honra en el cuadro titulado “Galatea de las esferas” (1952), pero sobretodo honra a su esposa Gala, modelo de esta y tantas obras de Dalí.
La otra leyenda vincula el nombre Galatea con la estatua tallada en marfil por Pigmalión de Chipre. Con el paso del tiempo, el rey Pigmalión se sintió solo y empezó a esculpir una estatua de marfil muy bella y de rasgos perfectos. De tanto admirar su obra, se enamoró de ella. En una de las grandes celebraciones en honor a la diosa Afrodita que se celebraba en la isla, Pigmalión suplicó a la diosa que diera vida a su amada estatua. Pigmalión contempló la estatua durante horas. Después de mucho tiempo, el artista se levantó, y besó a la estatua. Pigmalión ya no sintió los helados labios de marfil, sino que sintió una suave y cálida piel en sus labios. Volvió a besarla y la estatua cobró vida, enamorándose perdidamente de su creador. Venus terminó de complacer al rey concediéndole a su amada el don de la fertilidad. De esa unión nació su hijo Pafo, que dio su nombre a la ciudad de Pafos, y su hija Metarme.
Alejandro Aguerre, uruguayo.
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