La poesía es invadida por momentos, pero la resistencia existe, no lo dudemos. Esa resistencia está en las calles, a horas determinadas, en las conversaciones, en el cielo de cada mano. Es una resistencia extensa y secreta que da su golpe en el lugar menos esperado. Y a cada instante hay nuevos reclutas y se consiguen nuevas armas. En donde surge el convoy, a lo largo del arroyo salvaje, hay siempre la incorporación de una nueva ciudad. Y, especialmente, en las palabras de los más jóvenes, en el candor de las superficies, se alza vigoroso el juego que destruye a sus enemigos.
No, la invasión no anula sus márgenes. Las deserciones no desmoralizan sus esfuerzos. En lucha abierta o secreta, la poesía mantiene su combate contra las curvas untuosas de la adaptación. Y en la sonrisa de los niños, de los jóvenes amantes, de los olvidados, sigue alimentando su reto cotidiano, su familiaridad con lo desconocido.
No, vuestra opacidad no alcanzará a destruirla. Vuestros suaves compromisos y gemidos no alcanzan a deglutir su tierra.
¿Qué suspiro oponer a este reto permanente?, preguntáis. ¿Pero cuál de vuestras leves concesiones puede vaciar la infancia de sus árboles? Hay un porvenir que desata las raíces; eso es seguro. Están los que temen, los que dudan en el momento decisivo, pero también están los otros, los que en la cresta de la batalla mantienen su hambre encendida, los que no dilapidan las ramas que los lobos de la adolescencia les aportan. Están los ojos puros en que amanecen los años, la alegría, el porvenir luciente; está, y es lo más peligroso para vosotros, la muerte, segura de su fecundidad.
Y somos millones: hombres, cosas, palabras. Está por ejemplo, la palabra harapos y la palabra sueño, augurio, beber. Están las llamas de la renuncia. Las pendientes adultas del lenguaje. No se puede convertir esta distancia crepitante, llena de futuro, en una proa agrícola, de encrucijada doméstica.
Nada impide nuestra exportación diaria. Nuestro cuerpo se prolonga, llega a vuestro lado, está entre nosotros.
La poesía es un reto cotidiano. Es preciso conocer su día. Vigilar su vapor eficiente. Retener claramente el rostro de sus enemigos. Y darle toda nuestra constancia y nuestra inconstancia. Amar los soles que le son propicios, sus armas, sus eclipses, sus amigos devotos. Reconocer la victoria de sus renuncias.
(En común – 1949), EDGAR BAYLEY.
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