Para pintar bien un paisaje debo descubrir ante todo las bases geológicas. Piense que la historia del mundo data del día en que dos átomos se encontraron, en que dos torbellinos, dos danzas químicas se combinaron. Esos grandes arco iris, esos prismas cósmicos, ese amanecer de nosotros mismos por encima de la nada (…) Bajo esta fina lluvia respiro la virginidad del mundo.
Un sentido agudo de los matices me trabaja. Me siento coloreado por todos los matices del infinito. Desde entonces, no hago más que uno con mi cuadro. Somos un caos irisado. Llego ante mi motivo, me pierdo en él. Fantaseo, vagabundeo. El sol me penetra sordamente, como un amigo lejano, que recalienta mi pereza, la fecunda. Germinamos. Cuando la noche vuelve a caer, me parece que ya no pintaré y que jamás he pintado». (Conversaciones con Cézanne, P. M. Doran).
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