(Esto es un homenaje a aquellos que me dieron el maravilloso don del conocimiento) Esos lazarillos que guían ciegos, que van conduciendo y aclarando caminos, que te dejan ser cuando descubren que el proceso de enseñanza va en camino del fruto. Responsabilidad absoluta y magnánima es quien acepta tal compromiso: La docencia. No es fácil. Será quien marque senderos, estos pueden ser erróneos, llámese de la materia que se llame, sea del oficio que sea. De ahí entonces el enorme riesgo responsable de quien ejerza el oficio.
El transmitir conocimientos responde a esa antigua tradición de la llama eterna del educar. Aclarar, dar luz a la oscuridad. Entrando al terreno anecdótico recuerdo en mi camino infantil a una gran maestra en Torreón, la profesora Estela Gil de Castro, una señora que respondía a la imagen de aquellos docentes amorosos a los cuales hacia mención el escritor italiano, Edmundo de Amicis, en la entrañable novela: «Corazón Diario de un Niño». Que clases maravillosas las de esa gran maestra. Recordando con cariño, una en particular, aquellas de historia de México.
Hacía una película con sus bellas narraciones explicativas. Más delante en preparatoria recuerdo la luz en literatura del querido Francisco Amparán, allá con los jesuitas en la Carlos Pereyra lagunera. Cómo olvidar aquellas lecturas de «Cantar de Ciegos» de Carlos Fuentes, aquella de Shakespeare y su obra teatral del usurpador y ambicioso Macbeth. Sin dejar de lado la literatura en la música con rolas de «Chicago» (pregunta 67 y 68) y cómo olvidar, «She’s living home», de los Beatles». Ya en México, en mi carrera de Literatura Dramática y Teatro de la UNAM, nunca olvidaré las clases de Teatro Griego del simpático y culto Néstor López Aldeco, QEPD, las iluminatorias y entusiastas sesiones con el gran catedrático Oscar Zorrilla, QEPD, y su Teatro Contemporáneo; Brook, Artaud, Grotowski, Stanislavski, aún suenan en mis sentidos que se abrían con inquietud. La Doctora polaca María Sten y su Teatro Romántico, Héctor Berthier y su Teatro y Sociedad, Aimée Wagner y su Teatro Clásico Francés, aquellas sesiones de Teatro Mexicano e Hispanoamericano con Armando Partida, sin olvidar al querido Gustavo Torres Cuesta, QEPD, y aquellos entrañables análisis de Teoría y Composición Dramática.
En el terreno de la praxis teatral: las estupendas clases de voz de Ariel Contreras, las inolvidables clases de mi mentor actoral José Luis Ibáñez y aquel montaje inolvidable de «Lulú» de Wedekind, dirigido por Gustavo Torres Cuesta. Gran, gran aprendizaje teatral actoral el dejado por esa obra. Fuera de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la vida me permitió conocer como maestros de actuación al gran polaco Ludwig Margules y a Raúl Zermeño. Guías auténticos. Cómo abordar un personaje. Cómo dar vida auténtica a la ficción. Qué es ser un actor comprometido para con su sociedad. Esos fueron parámetros y líneas a seguir en sus clases. Hoy son una constante en mi desarrollo actual. En el terreno profesional aparecen Prometeos que señalan rutas de perfeccionamiento. Vienen a mi mente dos grandes maestros que te hacen crecer, aprender de la vida: Hebert Darien, QEPD, y Luis de Tavira. Así también, gente que inspira por su pasión, en este caso teatral, vislumbro en este escenario a los laguneros: Jorge Méndez y Rogelio Luévano, QEPD ambos. En el campo del cine no olvido las clases de Realización Cinematográfica de mi querido Juan Antonio de la Riva. Qué gozar con él de una de mis grandes pasiones:
El Cine Mexicano. En el terreno espiritual aún extraño a mi querido maestro místico, el profesor Jorge Marcos Karmi. Los maestros. Qué lindo es recordar a aquellos que con el tiempo vislumbras en el camino pasado; esas sendas que te enseñaron para que tú las descubrieras en tus propios pasos. Esas guías con nada se pagan. El mejor homenaje es nunca olvidarlos. Ser en tu ser en todo lo que te enseñaron. Prodigarlos con el ejemplo y don obtenidos. Las palabras nunca alcanzarán para simbolizar o hacer sentir lo que uno vivió con ellos, para plasmar lo que una luz hizo para clamar un alumbramiento interior con la enseñanza. Lo único que uno puede decir es: Gracias. Gracias a todos ellos por todo lo recibido. Gracias por dar el fuego eterno del conocimiento. Sí, así como «Prometeo» lo hizo con los simples mortales.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan.
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