Era una mañana del 16 de abril de 2018, se conmemoraba los ciento nueve años de la inauguración oficial de la escuela heredada por un gran hombre: Juan delgado, el maestro que donó su casa “para los niños pobres de Uruapan”, eso fue hace tanto tiempo, que no muchos lo saben. Esa casa, de los únicos edificios antiguos que conserva Uruapan, de esos que tienen historia y que algunos tratan de recordarla. Paso muy a menudo por su calle, la famosa independencia. Pero hoy vi la puerta abierta y el acto cívico ceremonial, que se llevaba a cabo me llamo la atención y entré a ver.
Mientras me sentaba, retrocedí en el tiempo, a mediados de los años setentas, de aquél 1975 cuando corría para llegar a clases, pues ya estaba sonaba el disco y había que llegar antes de que cerraran la puerta. ¡Qué tiempo aquel!, aquella era una calle bulliciosa, pues a unos pasos estaba una estación de autobuses foráneos los Autobuses de Occidente, aquellos autobuses verdes que llevaban a varios lugares del estado, aún recuerdo el puesto de revistas, aquel que se encontraba a un lado de la terminal. Lo recuerdo porque ahí fue donde me surgió el gusto por la lectura, esperaba con ansias las semanas para que llegara la novela de “Lágrimas y risas”, o los de “Memín Pinguin”, “La Familia Burrón”, “Kaliman”, y bueno la que más me gustaba era “Lágrimas y risas”, en esa leí varios clásicos adaptados con dibujos, eran mi pasión. Recuerdo que hasta me los fiaban y el sábado que me pagaban yo pagaba lo que debía. Porque aun que era una niña de 12 años trabajaba en una casa de los Barragán, aquel matrimonio de Tita y Juan José, les ayudaba con la limpieza de la casa que estaba justo enfrente del estacionamiento de autobuses y después con su niña recién nacida. Viene a mi mente, la esa calle la tienda de los Paz, donde comprábamos los abarrotes, La tienda “La Fortaleza”, en la otra esquina ahí vendían de mayoreo, había más negocios, restaurantitos y loncherías, uno grandote en la mera esquina frente a la escuela que se llamaba “Nieto y Compañía, ahí vendían refrigeradores para carnicerías. Pero lo que no se me olvida son los taquitos dorados de Carlitos que aún existen, pero en ese entonces estaban sobre la calle. Cuando salíamos a recreo los pedíamos por la ventana, ¡qué delicia eran comer un puñado de tacos en un papel de envoltura, con repollo crema y salsa, eran un manjar!
El discurso de los oradores de hoy regresan mi pensamiento a la escuela, ese edificio que hoy me hizo recordar todo ese bullicio de afuera de sus aulas, pero estando adentro me vi corriendo con los chiquillos, Martha, María, ellas junto conmigo fuimos refugiadas en la escuela, pues veníamos huyendo del bullyg de la escuela que había tenido hasta el quinto de primaria la famosa “Año de Juárez”. Y cómo no recordar nuestra querida escuela “Juan Delgado”, ahí se nos trató con cariño y respeto, fuimos de la escolta. Los maestros, el maestro Cachú, nuestro querido maestro, la maestra Ángeles que llegó a ser Directora, en fin, tantas maestras y maestros entregados a su tarea de formar jóvenes de bien. Mi escuela ha cambiado un poco, pero conserva su esencia de un edificio que arropa a la niñez. Pero hay algo que no me gustó, les quitaron la libertad a las puertas de los salones, de aquellas puertas de madera color grises que estaban abiertas de par en par, ya no están, ahora en su lugar hay doble puerta, como si también ahí se temiera por la inseguridad que ahora persigue a todos, la libertad también ahí se acabó, ahora tienen doble puerta con cerrojos. Eso fue algo de lo que no me gusto, le robaron la libertad a las almas de la inocencia que habitan ahí. Entre a mi salón, y me vi ahí, escuchando con atención al maestro Cachú. El piso de tarima que había ya no está, como nos gustaba sonarlo, brincando en él; ahora es un piso rústico de cemento. El bullicio del exterior ya no llega. También hay un domo que no estaba, esta bonito, pero seguro que ese patio donde veíamos llover mientras salíamos a nuestras casas ya no se moja, está tapado. Hay unos retablos antiguos, viejos, yo no los recuerdo, no recuerdo que hayan estado ahí en aquellos años de mi niñez. En el salón que teníamos para taller de manualidades, ahora es uno de cómputo. Se acabó el acto y desperté de mi embeleso. Fue bonito recordar tantas cosas que de golpe se te vienen a la mente, hoy retrocedí a mi niñez y me di cuenta que nunca dejamos de ser niños; con ilusiones diferentes, pero con ilusiones, que quizá ya no corremos igual, pero lo intentamos, que quizás, ya no comemos taquitos dorados en papel, pero si en platos desechables, aunque el sabor es diferente, a mí me gustaban más el sabor que le daba el papel. ¡En fin, dulces recuerdos de la Juan Delgado! /Laura Ramos
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