Ver una cinta del maestro Arturo Ripstein es sumergirte a los abismos más oscuros del vivir humano. Es creer que las pesadillas son cuentos de niños ante el horror de la realidad. Esto resulta terrible dicho así a boca de jarro. ¿Quién quisiera ver una película así? Ahí reside el talento de Ripstein. En contar artísticamente el esperpento, el grotesco que escoge del vivir humano para despiertos contarnos lo que creemos es un sueño surgido del peor onirismo. Tomando una nota roja de la vida real (el asesinato de dos luchadores enanos a manos de dos prostitutas) Ripstein nos adentra a un mundo sórdido y decadente del centro antiguo de la Ciudad de México.
Ese llamado el cuadrante de La Soledad. Lugar de prostitutas, proxenetas, travestis, policías corruptos, etc. Un microcosmos que simboliza el dolor, la soledad, la lucha por sobrevivir en condiciones desfavorables. La miseria, la ruina emocional, son tonos discordantes, dolorosos. La historia se centra en dos enanos gemelos, su madre matrona y un gris padre. Dos prostitutas añosas con sus respectivos mundos íntimos de vida. Una de ellas acompañada de una anciana a quien explota por las mañanas obteniendo limosna, ella a su vez fue explotada por la anciana cuando ésta era joven y la otra teniendo a una pareja que es un homosexual travesti. Depende de él emocionalmente. Tiene además una hija con quien tiene problemas. Estas prostitutas viven la amargura de ya no ser necesarias. Son viejas y ya no representan utilidad sexual ni dinero para el explotador. Han creado un vínculo de amistad. De comprensión. De necesidad afectiva. Una noche encuentran una chamba. Dar placer a dos enanos luchadores. Les dan gotas oftalmológicas en las bebidas para dormirlos y robarles. Se les pasa la mano en la dosis y los enanos mueren. Torpeza. El destino para ellas cambia. De esta anécdota Ripstein recrea para narrar.
Su cinta es una maquinaria de relojería cinematográfica. Todo cubre una función. Un todo. Arte, locaciones, vestuario, iluminación, fotografía, casting, dirección actoral. Todo al servicio del guión y de la narrativa cinematográfica. Un mapa cinematográfico construído previamente y dejando que la inspiración al filmar aparezca. Técnica racional e inspiración eso es «La Calle de La Amargura». Una enorme película que confronta. Que te obliga a ver la ruina humana. Que te hace preguntar ¿Esto es México? ¿Hay seres así? La respuesta es sí. Ripstein se la juega y desea que tú te la juegues y crees tu propio universo a partir de lo observado. De lo vivido.
Las actuaciones son monumentales. Excelentes todos. Patricia Reyes Spindola está soberbia. Creando claro-oscuros emocionales hondos. Muy bien Nora Velázquez como la compañera prostituta de desgracia. Silvia Pasquel está maravillosa como la madre matriarcal de los enanos. Alejandro Suárez excelente en su patético homosexual travesti. Todos muy bien. Excelente casting de Manuel Teil. Tomando riesgos en el reparto. Saliendo de lo convencional. Siendo preciso ante una historia que exige por parte del riguroso director. Muchas veces llegamos a oír «ando por la calle de la amargura». Ripstein hace una metáfora patética- grotesca de esta frase. Un mural del vivir humano en condiciones adversas.
Unos cuantos segundos pueden cambiar el destino de las personas. Para bien o para mal. Este viaje cinematográfico no tiene concesiones. Experimentarlo es una oportunidad de ver un trozo de vida. Un Ripstein que es para mi el mejor exponente de nuestra cinematografía. Él, él no se anda por las ramas. Ahí está su grandeza. Mi felicitación enorme al gran compañero fotógrafo Alejandro Cantú. Su trabajo es un poema que habla. Una composición que detalla la vida. La cinta inauguró el día de ayer la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional. Escribe: Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan. Nota: Texto escrito en Marzo de 2016. Al día siguiente de salir arrobado de La Cineteca Nacional por la magistral realización de Arturo Ripstein y el impecable guión de Paz Alicia García Diego.
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