«Si durante siglos el patrimonio había sido acaparado por un grupo, establecer la democracia suponía nacionalizar ese patrimonio: que la nación participara de ese patrimonio. Ahora establecer la democracia significa lo contrario. ¿Qué es lo primero que hacen los (nuevos) gobiernos demócratas en los países del Este y Latinoamérica al llegar al poder? Privatizar lo que era nacional; es decir, transferir el patrimonio nacional al capital privado internacional, a las grandes empresas; arrebatar al conjunto nacional lo que es patrimonio colectivo.
Que se privatice Machu Picchu, que se privatice Chan Chan, que se privatice la Capilla Sixtina, que se privatice el Partenón, que se privatice Nuno Gonçalves, que se privatice la catedral de Chartres, que se privatice el Descendimiento de la cruz de Antonio da Crestalcore, que se privatice el Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela, que se privatice la cordillera de los Andes, que se privatice todo, que se privatice el mar y el cielo, que se privatice el agua y el aire, que se privatice la justicia y la ley, que se privatice la nube que pasa, que se privatice el sueño, sobre todo si es diurno y con los ojos abiertos.
Y, finalmente, para florón y remate de tanto privatizar, privatícense los Estados, entréguese de una vez por todas, la explotación a empresas privadas mediante concurso internacional. Ahí se encuentra la salvación del mundo… Y, metidos en esto, que se privatice también a la puta que los parió a todos.»
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