Entrevistas y Colaboradores

El «Lugar de las voces» o «Lugar de las lenguas», una de las ciudades más grandes de la civilización maya

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También conocida como «Lugar de las voces» o «Lugar de las lenguas», fue una de las ciudades más grandes de la civilización maya. Las voces no solo pertenecieron a sus pobladores o visitantes. También nacieron en la selva. Al amanecer brotan los graznidos, el grito quebrado de las guacamayas o los imponentes ronquidos de los monos aulladores, quienes comienzan su concierto como los gallos criollos, alrededor de las 3 de la mañana. Las raíces son una avalancha rastrera que penetra la tierra y se escurre entre los bloques de piedra de los templos y sus pirámides.

 

 

Pero si los troncos y toda la vida de la floresta emergen robando el protagonismo de la ciudad, los pájaros y los monos van aún más arriba, entre las copas más altas, dejando constancia de sus presencias a través de los cantos, llamados y reclamos dirigidos a sus pares. 《Y nacieron también los animales de selvas y montañas: venados, jaguares, pumas, pájaros, serpientes. Cuando todo estuvo concluido y todavía era de noche, Gucumatz dijo: «que cada uno haga oír su lenguaje, en alabanza de nosotros, los Creadores».》(El origen del mundo. Relatos Mayas. Nahuel Sugobono) Comienzo a incorporar fotos y anécdotas de esta experiencia que, sin duda alguna, amerita ser compartida. Hubiera sido imposible registrar estos momentos sin la ayuda vital de mi hijo Juan. No solo debido a su vista y capacidad para detectar animales entre los copiosos tumultos de las ramas, sino por su paciencia para acompañarme y esperar para que pudiera lograr buenas fotos y videos. Gracias gran Juan! Por cierto, hay alrededor de 30 jaguares en Tikal.

 

 

Cuando el sereno nos vio iluminando arañas en los costados del camino y nos escuchó hablar apasionadamente sobre los animales de Tikal, se acercó y dijo: «soy el cuidador cuando cierra el parque. Vigilo en la noche hasta las seis de la mañana. Luego que la gente se va salen los animales a los caminos. Cada noche vemos muchos». Le pregunté si también veía jaguares. «Pues sí. Parados en la mitad de la calzada, cerca de los comedores o en los escalones del templo II, en la Gran Plaza, frente al templo I del Gran Jaguar. Si vienen en un par de horas podemos platicar y llegar a un acuerdo. Está prohibido pero puedo hacerlos entrar para ver al jaguar». Y así fue.

 

 

Es indescriptible lo que se siente al caminar entre las construcciones en la oscuridad y sin gente. A pesar de las arañas y el miedo natural a los depredadores (además de los jaguares hay pumas, ocelotes, tigrillos y gatos de monte), la expectativa se transforma en adrenalina y sentidos despiertos. Además de otros animales, alrededor de la una pude ver al jaguar atravesando el camino. De hecho vi el reflejo de sus ojos primero, gracias a mi linterna led (una oferta de 30 pesos de la Tienda Inglesa, pilas incluidas). Lo llamé al guardia y lo iluminó con su linterna más grande y potente que la mía (seguro no era de oferta). Allí nos quedamos embelesados conteniendo la respiración y mirándonos a los ojos.

 

 

Con mucha cautela y sin quitar la vista de nosotros, el jaguar fue moviendo su cuerpo lentamente, con elegancia y sigilo, hasta perderse en la densidad de las sombras. «Yo le dije que íbamos a ver uno». Nunca lo dudé. «Lo vio. Terminó la misión. Lástima no le sacó una foto». Algunas veces no es necesario. El asombro se imprime como un tatuaje bajo la piel.

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