La humanidad sufre por no tener, por no poseer bienes, por no tener fama, éxito. La superficialidad es un monstruo de mil cabezas que se ha apoderado de la mente del ser contemporáneo. Si no cumple los parámetros de éxito impuestos por el consumismo, o por sabrá Dios quién, aquel mortal entregado al status quo morirá de angustia, de ansiedad. Aterrizando lo anterior a mi cotidiano. Deambulo en el mundo de la expresión artística, concretamente entre el teatro y el cine. Quizá en estos ámbitos no se sienta tanto lo anterior, pero no deja de soslayarse. No estamos inmunes a la vanidad material. Los actores televisivos, ellos sí viven presos de esos tonos.
Es la naturaleza propia del entorno. Salvo excepciones, claro está. No hay nada peor que generalizar. Cuando me asomo a convivir al que yo llamo el mundo de «los civiles», lo palpo con más claridad. Poseer, es sinónimo de me va bien en la vida. Comprar, tener, ganar lana….lana como una condena eterna. No quiero ser un «looser», y así calzan esos zapatos, vendiendo su vida al Dios del dinero. El precio es alto: soledad, mentira, vacío, ansiedad, drogas, alcohol, falta de amor, de compañía autentica. Aunque creen tenerla. Es tan absurdo todo, que la medición de popularidad, de éxito, la miden muchos por el número de likes en el facebook o el twitter. Soberana estupidez.
El hombre se volvió un zombie. Un atarantado de las máquinas. Difícil hoy en día que el ser humano confiese su alma a un amigo, prefiere hacerlo en monosílabos ante una pantalla de celular. A eso hemos llegado. La contemporaneidad es una película aterradora de zombies amputados del alma. El bluff, la apariencia, el vano ruido, la falsedad e impostura, gobiernan el accionar del cotidiano vivir. Al perderse lo anterior, no queda más que el desaliento. He escuchado decir acerca de sujetos que buscan la fama, o preservar el status alto, que profieren: «¿qué te va dejar salir con esa persona?».
A muchos les sonará familiar lo anterior. Uno elige el camino. Hay dos. Uno el señalado o el mundo de vivir en plenitud, del aprecio a la vida, del gozo a cada minuto trabajado, del entregarse a la amistad, al amor, al canto, a la danza, al charlar con el otro, del gozar del placer de una comida, del ver una película, una obra de teatro o un concierto y tomar una copa y platicarla. Del gozar de una pradera caminando. Del besar una boca al compás de una canción.
Del comprometerse en todos los sentidos. Del dar el alma en su labor, del dar…del gozar la dicha de realizarme simple y llanamente en mi oficio elegido. Del tener la capacidad de agradecer por estar vivo. Eso señores se llama libertad, el camino señalado tiene un nombre, se llama: ser. La ganancia: la paz contigo mismo. Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de este México Tenochtitlan.
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